Así es como se asienta la locura: leyendo

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«Como el niño recién nacido, ansiad la leche auténtica, no adulterada, para crecer con ella sanos. Aleluya.» (1 Pe 2,2).

Hay tres razones principales por las que consigues leer en un fin de semana dos libros. La primera, que son cortos; la segunda, que has tenido apagado el móvil casi todo el fin de semana y la tercera, que están escritos, en su mayor parte, en primera persona.

Los libros que he leído este fin de semana han sido Alimentar la mente, de Lewis Carroll (Gadir, 2009.  8,10 € en librería Metrópolis de Jaén) y Sano y salvo en Shibuya. Cómo ser un genio de Rafael Sarmentero (Rafael Sarmentero, 2016. 2,99 € en Amazon).

Tengo que reconocer mi debilidad por los textos escritos en primera persona. También son los textos más fáciles de producir. Quizás por su «facilidad» para ser escritos, suelen constituirse en ricas golosinas para el cerebro de un lector. Pienso que sucede eso, que cualquiera que narre en primera persona tiene más posibilidades de captar la atención de un lector que el que narra en cuarta, o en quinta. Narrar en primera persona no significa, y aquí entramos en otras veredas, que narre el propio escritor, sino un narrador, o un personaje que narra. Quien narra en primera persona también le es y le resulta más fácil ser auténtico, hay más cercanía y, cuanto más cerca, más fácil es atraer: la primera persona atrae. Tres ejemplos y un bonus track: Carroll, Sarmentero y Dickens.

Escribe Carroll en Alimentar la mente:

Hace años solía recibir cartas muy interesantes escritas por una de las manos más atroces jamás inventadas. Por lo general me costaba alrededor de una semana leer cada una de esas cartas. Solía llevarlas en el bolsillo, y las sacaba en los tiempos muertos, devanándome los sesos con los acertijos que la componían…

Escribe Sarmentero en Sano y salvo en Shibuya:

Duermo entre cinco y seis horas. Tengo la suerte de no necesitar más para mantenerme lúcido. Me levanto a las siete. Desayuno: pan con aceite, nueces, fruta, infusión. Escribo unos cuarenta y cinco minutos. Alcanzo así el mínimo diario exigible, que en mi caso está entre doscientas y trescientas palabras. A veces me quedo corto y otras veces me paso. Voy a trabajar. Cuando vuelvo del trabajo, ya tengo la conciencia tranquila, pues he cumplido con mi tasa de palabras diarias, así que puedo tomarme la libertad de hacer cualquier otra cosa (desde escribir un poema hasta incluso quedar con algún afortunado para tomar café). Estoy pensando en cobrar por tomar café. Es una idea que barajo desde hace tiempo. Soy egotista. Soy egoísta. Soy egomaníaco. Si quieres tomar café conmigo, escríbeme. Cobro 15 euros por una hora de conversación (el café o la infusión, aparte).

También Dickens en El viajero sin propósitolibro que tengo cerca, y que compré el sábado:

Permítanme presentarme; en primer lugar, en sentido negativo.

Ningún director de hotel es amigo ni hermano mío, no conozco ninguna ama de llaves que me ame, camarero que me adore o limpiabotas que me admire o envidie. No tengo el gusto de que nadie cocine expresamente para mí un guiso de carne, lengua o jamón; mucho menos un pastel de pichón. En los hoteles no veo ningún cartel expresamente dirigido a mí, ni se reservan a mi nombre habitaciones donde se haya dispuesto un juego de sobrecubiertas como las que suelen emplearse en los ferrocarriles. Y en ningún lugar público de reunión del Reino Unido importa demasiado mi opinión sobre su brandy o jerez.

Y aprovechando la ocasión, lo tengo frente a mí, acudo a los Relatos autobiográficos de Bernhard. Es el bonus track:

Si sintiera vergüenza, por pequeña que fuera, no podría escribir en absoluto, sólo el desvergonzado escribe, sólo el desvergonzado es capaz de hacer y deshacer frases y, sencillamente, soltarlas, sólo el más desvergonzado es auténtico

La primera persona atrae. La primera persona es auténtica y por este motivo, quizás también porque he tenido el móvil apagado casi todo el fin de semana, he leído con voracidad el libro de Lewis Carroll y la golosina de Rafael Sarmentero.

Leer textos donde los escritores sobreabundan en sus rutinas y quehaceres (siendo ellos, ¿quién lo sabe? los creadores del narrador que cuenta lo que un personaje cuenta o, quizás, sea él mismo pero ¿quién narra? ¡La primera persona! ¿Quién la crea? ¡El escritor! ¿A quién pertenece esa persona? ¡A la imaginación!) me gustan demasiado. Todo esto me resulta cada día más fascinante. Textos, los escritos en primera persona, que arrastran casi sin dificultad, el lector a la lectura. Textos donde parece que pedaleas hacia abajo y ya sabemos qué ocurre cuando pedaleas hacia abajo, que dejas de pedalear y disfrutas del paisaje, aunque frenas de vez en cuando, pero sigues. Si sabes narrar en primera persona, si de supinas golosinas pueblas un texto escribiéndolo en primera persona, qué fácil es enganchar a un buen lector. Y eso ha sucedido con los dos libros de este fin de semana, que además de utilizar la primera persona, están bien escritos, son literatura y tratan asuntos, en el caso de Carroll, casi misteriosos para un lector del siglo veintiuno: cómo alimentar la mente con buenas y exquisitas lecturas, que si ocho o nueve palabras sabias sobre escritura epistolar, sobre las fundas de los sellos que se pegan en las cartas para franquearlas, cómo comenzar una carta y cómo seguirla, cómo finalizarla y cómo clasificar la correspondencia que entra y sale de tu casa. ¡Tremendo, Carroll!

Sarmentero también. Sano y salvo en Shibuya es un tiempo de y para su yo. Un yo que se expande y se prepara para ocupar un espacio como Japón. Un Japón que lo inunda todo en la segunda parte del libro. Pero una inundación que gira, siempre, en torno a su oficio como escritor, a sus opiniones y a la vida que le colma, que es la que puebla su escritura que yo caracterizo rebosante de autenticidad.

Pero quizás nada de lo que he escrito ahora aquí tenga sentido para mí. De verdad. Quizás, de lo que más ganas me ha entrado haya sido de escribir más, de aumentar en mis días el tiempo que le dedico al cuaderno de las ideas y «fragmentos de nada» que llevo coleccionando desde hace ya algunos años. Ese «ponerse otra vez la corbata» y acudir a tu mesa para encerrarte con una pluma y un papel. Apagar internet, apagar el móvil, leer y anotar, estudiar y experimentar, borrar, tirar y reescribir hasta descubrir alguna pepita. Un trabajo por el que tanto Carroll como Sarmentero, Dickens y Berhnard dedican y han dedicado casi todos los segundos de la vida. Ese es uno de los efectos que la lectura de ambos libros pudiera también provocar a quien los lea, que alimente su ansia por la escritura hasta olvidar lo que este siglo XXI nos ofrece: velocidad. Quizás haya que regresar y volver y sentarse con solo papel, solo lápiz, solo leer, solo imaginar, solo escribir: solo felicidad. Que es quizás nada más (y recuerdo cuando escribo «quizás» a Luis Rodríguez y su La herida se mueve a la que le debo un comentario en este blog, que está escrito pero que está en «borrador» y que ya saldrá, ya saldrá, quizás, que sí, que sí, que pronto…).

Y que sí, que recomiendo la lectura del libro de Lewis Carroll y la del libro de Rafael Sarmentero. Hay en ellos la autenticidad que describe la cita que encabeza el post. Serás capaz, como yo, de leértelos en menos de veinticuatro horas. Pero apaga tu «exterior». Descubrir que puedes leer como antes cuando apagas tu exterior, asusta; ese exterior que es, si lo analizas con cierta perspectiva, un sumidero muy gordo por donde se nos escapa el tiempo, el tiempo que antes dedicábamos a leer y a construirnos, para estar enteros en la vida.

Diviértete con Carroll, sonríe con Sarmentero.

PD: El título del post está extraído de una cita del Rey Lear porque pienso que la lectura siempre asienta nuestra locura. Carroll utiliza la cita para otro asunto, el de cómo comenzar una carta, como se puede leer: «Pon la fecha en letra grande. Otra cosa fastidiosa es que, cuando desees, años más tarde, organizar una serie de cartas, las encuentres con fecha del «17 de feb.» o «2 de ago.», sin año que te indique cuál viene antes. Y nunca, nunca, querida Señora (N.B. este comentario está dirigido sólo a las damas; jamás ningún hombre haría cosa semejante) ponga «miércoles», solamente, como fecha. «Así es como se asienta la locura»».

Añado al post algunas fotografías tomadas con el móvil en esos cortos instantes en los que ha estado encendido:

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Estos tres libros los compré el sábado 2 de abril. Fue un «a primera vista».
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Aquí, en la Alameda de Capuchinos de Jaén, acabé de leer hoy, tres de abril, Alimentar la mente. Eran las 11:45 h. Mi hijo andaba en bicicleta. Me encontré y saludé efusivamente a un escritor y poeta de Jaén, Joaquín Fabrellas, que paseaba con su familia.
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Trabajo frente a parte de mi biblioteca. Antes le daba la espalda; ya no. Ahora veo la luz. No me canso de ver la luz.

Sano y salvo en Shibuya lo acabé de leer en la madrugada del sábado 2 de abril. Escuchaba en Spotify a Marin Marais, uno de mis compositores favoritos.

 

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Un comentario en “Así es como se asienta la locura: leyendo

  1. En caso de terremoto esa estantería será tu tumba. Bromas aparte, comparto tu pasión por los libros en primera persona, también por el uso del monólogo interior y el llamado «flujo de pensamiento». Creo que esa fascinación tiene que ver con algún tipo de intimidad compartida o incluso una simbiosis lector-escritor. Tomo nota del tal Sarmento, que no conocía.
    Saludos.

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