Quiere abandonar Twitter durante una temporada. Acariciar ese deseo hace parecerse a un perro, primero porque a los perros se les hace la boca agua, como demostró Paulov y después, porque quiere dejar Twitter como se abandona a un perro en un área de servicio. El perro que se abandona en un área de servicio es un lastre, por ese motivo lo abandona su dueño. Llámalo desde casa hijo de puta, pero ahora no estamos en eso. Atiende. Él quiere abandonar Twitter de esa forma, pero algo se lo impide. No sabe muy bien qué es, aunque le gustaría hacerlo. Twitter ensucia demasiado sus días. Tanto los ensucia que Twitter se ha convertido en un lastre más que en una herramienta para mantenerse informado. Porque Twitter es una máquina que banaliza. Ha llegado al extremo de pasar los dedos por encima de los tuits como se los pasa por la barba. Y casi ni los lee, y qué contarte de los artículos que en ocasiones enlazan. Es que, como me dice, no considera de la misma manera a quienes tuitean, tipos que antes de estar en Twitter eran respetables, pero ahora, tuiteros, a secas. Debería ayunar un largo periodo de Twitter, le digo. Es el único remedio que puede interesarle de verdad, sobre todo para regresar a la singularidad, a dejar que su tiempo siga fracasando. Y sus ideas, claro. Twitter mancha.
Ese anhelo de un sí pero transformado en la práctica a un no.
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