Los perversores

Los sábados o los domingos reviso el cuaderno con la intención de encontrar algún apunte o nota interesante que me sirva como excusa para publicar algo aquí y pueda después consultarlo cuando me plazca y me dé la gana. Estas revisiones semanales del cuaderno podrían resultar interesantes para quienes me leen y están suscritos al blog. Esto lo supongo. Hago propósito y sé que mi cuaderno puede ayudarme en serio. Incluso hay tantos textos que escribo y que podría transcribir sin más aquí, que no sé a qué espero. Textos que, almacenados en el cuaderno, ahí se pueden quedar sepultados para siempre. Rescatándolos para el blog, al menos y con un poco de suerte, alguien podría leerlos y yo, releerlos, claro.

El apunte de esta semana es una nota a pie de página de las Confesiones de san Agustín. Siempre tengo un libro de lectura para nutrir la fe que profeso, la católica, además de los libros de ficción, ensayo y especies varias que siempre tengo entre manos. Sobre todo, para que la fe no se me seque. Hoy, por cierto, y después de nueve horas y cuatrocientas páginas, distribuidas a lo largo de la última semana, he acabado una historia muy bien escrita, intuyo que bien traducida y magistralmente construida: acabé Fortuna, de Hernán Díaz, Será la próxima novela sobre la que escriba en Zenda.

Como ven, me voy por las ramas. El apunte de mi cuaderno trae esta nota a pie de página porque me resulta curiosa y divertida. La categorizaré también en «Blog docente«, para que algún alumno perdido pueda leerla; y si acosador era, regrese al sendero donde siempre está la buena gente.

Leía el capítulo tercero del tercer libro, que lleva por título «Aversión a los eversores» cuando me sorprendió ese nombre: ¿Los eversores? ¿Quiénes eran estos malnacidos?

San Agustín está formándose en Retórica y se refiere a un grupo de estudiantes que destacan por sus gamberradas y que denomina eversionibus, que significa «nombre siniestro y diabólico que llegó a convertirse en vitola de elegancia». Es ahora cuando se abre la nota a pie de página que originó esta entrada. Comienza así: Eversores, especie de club de gamberrismo estudiantil organizando «novatadas».

Existían ya las novatadas. San Agustín reconoce que «andaba con ellos y me gozaba a veces con sus amistades, pero siempre aborrecí sus hechos, esto es, las calaveradas con que impudentemente sorprendían y ridiculizaban la candidez de los novatos, sin otro fin que el de tener el gusto de burlarles y fomentar a costa ajena sus malévolas alegrías. Nada hay más parecido que este hecho a los actos de los demonios, por lo que ningún hombre les cuadra mejor que el de los eversores o perversores, por ser ellos antes trastornados y pervertidos totalmente por los espíritus malignos, que así los burlan y engañan, sin saberlo, en aquello mismo en que desean reírse y engañar a los demás».

El acoso y el bullying era y es cosa del demonio. Eso lo sabíamos. Lo que no, y es lo que hace la edición de BAC, es fundamentar lo que señala el santo, añadiendo una suculenta nota para explicar el origen del término «eversores»:

Imagen de El buscón en las Indias (Norma Editorial, 2019)

Nota 6. Los eversores. Esta palabra se halla empleada por Posidio (Vita Augustini, c. 30,1) para denominar a los bárbaros: quid magis ab illis Romaniae eversoribus esse metuendum. En cuando a lo que era esta caterva de estudiantes calaveras, no sabemos más de lo que el Santo nos dice; pero parece ser que en forma más violenta o suave existió en casi todos los grandes centros de enseñanza. Justiniano hubo de tomar medidas contra los de Constantinopla y Beirut. San Gregorio Nacianceno nos describe en la Oración fúnebre de san Basilio lo que acontecía con los de Atenas en orden a las novatadas que daban a los forasteros. «Tenían los estudiantes –dice–asediados los caminos, las riberas, las montañas, los puertos, las ciudades mismas. Por todas partes tenían gente en correspondencia con ellos, y conforme a los avisos que recibían tomaban las medidas más convenientes, a fin de que los que se trasladaban a Atenas a estudiar cayesen en sus manos y no se les pudiesen escapar. Cuando caía uno, le asían de grado o por fuerza, le volvían de todas partes, le ridiculizaban, le denostaban, le bastoneaban, le desconcertaban, le subyugaban y le obligaban a tomar parte con ellos. Después de esto le conducían a los baños entre filas de los estudiantes, de dos en dos, por la plaza pública. A la puerta del baño se daban grandes gritos, rechiflas y se hacían horribles contorsiones. El candidato entraba solo en los baños, recibía las oblaciones iniciantes y volvía del mismo modo al gimnasio… Este espectáculo espantaba a los extranjeros y daba que reír a los atenienses, siendo insoportable al recién venido, que no hallaba en él nada de gusto sino el placer de verse libre de ellos». Estas novatadas eran solo una de tantas cosas que solían hacer los de Cartago. Agustín alude a ellas en las líneas que siguen.

Transcribo completo el punto 6º del capítulo III del libro III de las Confesiones:

«Tenían aquellos estudios que se llamaban honestos o nobles por blanco y objetivo las contiendas del foro y hacer sobresalir en ellas tanto más laudablemente cuanto más engañosamente. ¡Tanta es la ceguera de los hombres, que hasta de su misma ceguera se glorían!
Y ya había llegado a ser «el mayor» [el primero de la escuela de retórica y me gozaba de ellos soberbiamente y me hinchaban de orgullo. Con todo, tú sabes, Señor, que yo era mucho más pacato que los demás y totalmente ajeno a las gamberradas (eversionibus) de los eversores –nombre siniestro y diabólico que llegó a convertirse en vitola de elegancia–, y entre los cuales yo vivía con impudente pudor por no ser uno de tantos. Es verdad que andaba con ellos y me gozaba a veces con sus amistades, pero siempre aborrecí sus hechos, esto es, las calaveradas con que impudentemente sorprendían y ridiculizaban la candidez de los novatos, sin otro fin que el de tener el gusto de burlarles y fomentar a costa ajena sus malévolas alegrías. Nada hay más parecido que este hecho a los actos de los demonios, por lo que ningún nombre les cuadra mejor que el de eversores o perversores, por ser ellos antes trastornados y pervertidos totalmente por los espíritus malignos, que así los burlan y engaña, sin saberlo, en aquello mismo en que desean reírse y engañar a los demás.»

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