Quién duda de que el crítico literario es el que debe caracterizar el estilo de un escritor. ¿Quién? Nadie debiera. Desvelar los rasgos, qué le domina, qué se deja atrás, cómo connota, hacia dónde acorrala nuestros sentidos. Incluso qué tono utiliza, qué escala de registros, dónde el déficit o dónde la desmesura. Para eso sirve un crítico literario. De alguna forma participa en la selección de las especies narrativas.
Ayer leí un fragmento de la crítica que Ignacio Echevarría le hacía a La historia más triste, de Javier García Sánchez, Premio Herralde 1991. El texto me sirve para denunciar lo que hoy ha desaparecido en la mayoría de las reseñas que leo. ¡Con la vasta cantidad de libros que se editan hoy, qué necesarias son estas críticas! Realmente, escribir una buena crítica es ofrecer un servicio a la sociedad o, al menos, a los que leemos más. Es, sin duda, una responsabilidad civil. He pensado, además, que, si nadie las sabe fraguar, habría que formar a una generación de críticos que promuevan la selección de especies de una manera accesible, en un registro que atraiga, fundamentado en la teoría literaria, pero no extraño, petulante, pedante y extemporáneo. Porque eso debería ser un crítico literario útil, entre otras cosas. Aquí el fragmento de Ignacio Echevarría. Fetén, en su línea.
«Surge aquí la proverbial incontinencia de García Sánchez en la que, por lo demás, persiste él con enconado convencimiento. Se trata del rasgo en que se hace más patente esa referida fruición que no se resigna a sacrificar nada y que todo lo absorbe con la glotonería de quien, mientras rebaña por enésima vez el mismo plato, celebra su valor calórico. García Sánchez padece una gula de la escritura que se traduce en una textura pleonástica, atiborrada hasta lo informe, reiterativa, continuamente desviada en incontables excursos […] Pero donde la vulgaridad alcanza cotas imprevisibles es en el dibujo mismo de la historia. […] Si el lector pide más datos, sepa que El último tango en París, Nueve semanas y media, El imperio de los sentidos o Enmanuelle, son aquí los grupos referenciales de una papilla amasada con los residuos de las más importantes novelas rosa, del romanticismo más desaforado y caduco, de la pornografía peor sublimada, todo ello hinchado con la levadura del exceso retórico y la impostación pasional. […] Y es que la escritura de García Sánchez, como toda aquella en la que el placer del autor no se compromete con el del lector, no sugiere, sólo explica. La consecuencia es un estilo que, como la plastilina, se estira y se estira sin llegar jamás a tensarse y, por tanto, a vibrar». (El País, Libros, 1991).
Javier Echevarría en El País Libros, 14-12-1991.