Si en diciembre de 1951 hubiese existido Twitter, no hubiésemos disfrutado de La mujer nueva, de Carmen Laforet. Y digo que no la hubiésemos disfrutado porque la escritora, como tantos escritores hacen hoy, hubiese escrito un cuquituit y se hubiese puesto a hacer otra cosa. Un cuquituit como este: «Esta mañana algo me pasó mientras paseaba junto a una fuente del parque del Retiro. De repente, sentí una tremenda oleada de felicidad y una certeza de que la humanidad se estaba moviendo hacia algo maravilloso, a saber, Dios». ¿Se imaginan? A quien sí me imaginaba era al ejército de odiadores de Laforet por ese tuit, que fue, cuatro años más tarde, el germen y la semilla de La mujer nueva, Premio Menorca de novela de 1955 y Premio Nacional de Literatura de 1956.
A pesar de todo, la novela tuvo odiadores cuando se publicó. Al menos, gente que se reía de la conversión católica de Carmen Laforet en 1951. Como cuenta Juan Manuel de Prada, Marino Gómez Santos le preguntaba con socarronería a Laforet por su conversión: «¿Y es verdad que se le apareció la Virgen en el Retiro?» Laforet, sin pelos en la lengua, le respondió: eso «era un disparate, (…) antes no creía en nada, pero desde hace dos años soy totalmente católica, sin apariciones ni estupideces».
Fue tan intensa la experiencia sufrida por Laforet en el Retiro, que extrajo las coordenadas para escribir esta novela que he leído en agosto entre piscinas y bibliotecas, gamos y muflones.
La novela comienza con una advertencia, necesaria y precisa, porque no se trata de autoficción y autobiografía, sino de ficción pura, a secas, articulada a partir de un suceso vívido y extraordinario de la vida de la autora. Por eso es pura literatura, hoy tan diluida.
«En esta novela, además de todos los personajes, se inventan varios pueblos, un río y un valle, y se les coloca en la provincia de León. Esto no se ha hecho con la menor intención de hacer novela de costumbres. La autora, que solo conoce de paso esta maravillosa región, llena de contrastes, ha creído posible encajar este valle inventado dentro de la geografía que, para el desarrollo de su relato, le parecía conveniente. Y esta es la única razón de haberlo hecho.»
A Carmen Laforet, en el Retiro; a Paulina, la protagonista, durante el despertar en el coche cama de un tren que la llevaba a Madrid, mientras permanecía absorta con el paisaje castellano. Ahí rompe y queda inundada por la experiencia de un amor distinto al humano, un amor que a los hombres «les suena hermosamente, que parece que va a ser como un mar rompiente e infinito pero que luego se quedan los hombres sin llegar a él, en un pequeño charco cualquiera, que espejea… Los seres humanos aman esos charcos, se ahogan en ellos, se pierden en ellos, se mueren en ellos, a dos pasos de ese rumor más lejano, más difícil, de ese mar de amor inmenso, que existe, que espera…»
Paulina, la protagonista, oscilará entre ese amor humano o de charco y ese otro amor divino y oceánico. El amor lícito hacia Eulogio y el clandestino hacia Antonio; y así hasta Dios. Un amor que desvela la alegría postiza que ofrece un charco y la alegría que resulta cuando bebemos de una fuente con agua fresca. Y concluye como experimenta: «Todo el que no está con Dios sufre mucho».
El libro narra una transformación. Un cambio existencial dividido en tres partes que se adecuan a tres momentos de la existencia en la novela de la protagonista. Desde la primera, donde la iglesia era algo viejo y corrompido, sin razón de ser, hasta el momento en que revela por carta al que fue su amor clandestino, su experiencia: «Creí de repente. Sin lugar a duda alguna. En todo. En Dios. En la Iglesia. En la Virgen María. En la Comunión de los Santos. En todo…»
Tanto Laforet en diciembre de 1951 como la protagonista, Paulina, creyeron en lo que hace poco le leí a Merton en La montaña de los siete círculos: «Cuando un hombre ama el mundo, la caridad del Padre no está en él. Pues todo lo que hay en el mundo es la concupiscencia de la carne y la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida. Es decir, todos los hombres que viven solamente según sus cinco sentidos y no buscan más allá de la satisfacción de sus apetitos naturales de placer, reputación y poderío, se separan de aquella caridad que es el principio de toda vitalidad espiritual y felicidad porque solo ella nos protege del estéril yermo de nuestro egoísmo abominable».
Para demostrarlo, Carmen Laforet escribió La mujer nueva, una novela en “tres actos”. En el primero se describe la vida cotidiana y mundanal que lleva Paulina, que es una vida fría y distante, egoísta e indiferente, incluso hacia sus seres más cercanos. Queda, de hecho, explícita la indiferencia de Paulina en el momento en que un grupo de republicanos fusila a su padre. Ni se inmuta. En el segundo acto la lucha interior quedará establecida porque Paulina es capaz de Dios, es capaz de sentir que podría, sin ambages, iniciar una nueva vida. Y en el tercero, saja y limpia todo el pus existencial. Cura y desinfecta para aprovechar esa inesperada fuerza de conversión. Quiere que sea duradera.
La lucha que se establece en la novela entre la religión y fe pútridas, reducidas a prácticas sociales heredadas e inertes y la religión y fe vividas como un verdadero motor existencial, será el combustible argumentativo que retroalimentará a toda la obra. Así se advierte cuando da comienzo la tercera parte, donde Paulina está convencida de que la verdadera felicidad se alcanza por caminos diferentes a los que llevan a la felicidad mundana. Paulina desconoce, eso sí, cómo concretar esa llamada, ese camino, ese cambio existencial: ¿Debe ingresar en un convento carmelita? ¿Debería casarse con el que fue su amor clandestino ahora que Rita, su mujer, ha fallecido? ¿Se casará con el que fue su compañero durante la Guerra Civil, Eulogio, porque descubre y comprende que su obligación es buscar el bien del hijo que tuvo con él?
La decisión final la toma cuando visita una iglesia y queda deslumbrada por lo que se celebra y ve. Igual que afirmaba Merton en La montaña de los siete círculos, Paulina descubre y reconoce la paz y la luz que siempre transmiten los lugares santos, las iglesias. Y decide. Y se acaba la novela, esta novela doblemente premiada en los años cincuenta que te animo a leer sin prejuicios.
LAFORET, Carmen (1975). La mujer nueva. Barcelona: Destino. 291 páginas.
Fecha fin de lectura: 21 de agosto de 2022.
Tiempo invertido en su lectura: 7 horas 30 minutos.
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