He leído En la raíz de América, de William Carlos Williams. Me he divertido lo suficiente, al menos durante seis horas repartidas en diez días. Contabilizadas. La manía de leer. Aquí no sabemos reseñar y hoy hemos decidido copiar un informe de lectura que escribió Gabriel Ferrater para Seix Barral de esta obra, cuya primera edición es de 1925. El título original me gusta más, por qué esconder el gusto: In the American Grain.
Hay un capítulo donde Williams escribe sobre Poe y que, de manera particular, me ha sobrecogido. Por la prosa será. Sí, por la prosa y por el bisturí que usa para trocear el estilo de Poe. Si me autorizan, podréis leerlo completo. Puede enseñar a quien escribe sobre libros y publica reseñas en revistas. No sé, ¿y si a alguien le da por depurar el oficio del «reseño»?
Gabriel Ferrater escribía así sobre In the American Grain (lo leyó en inglés). El texto está extraído de la página 299 de Noticias de libros (Península, 2012):
Para empezar, es un libro deslumbrante. Reflexionando sobre él, sigo creyendo que una buena mitad está hecha de la mejor prosa que podamos encontrar en una época como esta. La otra mitad cambia. Pero vayamos por partes.
Williams es absolutamente incapaz de tener nada que se parezca a media idea (y también, incidentalmente, de respetar la ortografía de cualquier lengua extranjera). La fuerza de su prosa es el ritmo, la sensualidad, el «expresionismo» (a menudo recuerda a Gottfried Benn), la inflexión personal de su voz. Pero en esto es magnífico. El libro está compuesto, en principio, por una serie de «cuadros» de la historia de América, desde Red Eric, el supuesto vikingo de Groenlandia. Hay una especie de hilo conductor «ideológico», pero no pasa de ser nervioso: el odio exaltado contra el puritano, contra el odio que (tal como lo entiende Williams) el puritano sentía contra sí mismo, y que ha privado a América de sensualidad, de reposo en la vida simple. Los primeros capítulos son admirables. Aunque la voz es en efecto muy personal, Williams sabe cambiar sorprendentemente de estilo. El capítulo de los vikingos es rápido y entrecortado (con un relato casi incomprensible —pero es voluntario), hecho de una sintaxis como la de Pound cuando traduce del anglosajón. En cambio, el capítulo sobre Cortés en México está hecho todo de curvas y lentitudes. —Ahora bien (y aquí empiezan las desgracias), esto significa que el traductor tendría que saber escribir como Williams. Y más aún: dado que Williams incorpora constantemente a su prosa citas o adaptaciones de las cartas de Colón, de las de Cortés, de la Florida, y otras cosas que no sé reconocer, sería preciso que el traductor supiera reencontrarlas y fundirlas con su prosa.
Hasta la página 80, sin embargo, la cosa es difícil pero excitante. A partir de la 81 el carro se mete en el pedregal. Empezamos con un capítulo sobre Cotton Mather donde, hasta donde se me alcanza, sólo la última raya (de 24 páginas) es de Williams: todo el resto son citas de Mather o de los expedientes de los procesos a las brujas. Otro buen capítulo, sobre un jesuita francés que se entendía bien con los indios (compuesto en forma de conversación con Valery Larbaud, que intenta calmar las vehemencias antipuritanas y projesuíticas de Williams), y tras un par de capítulos cortos caemos sobre diez páginas de Franklin, seguidas de dieciséis páginas de John Paul Jones sin comentarios. Y luego el libro ya no se recupera. Hay cosas como una melancólica meditación sobre el hecho de que las muchachas americanas no saben hacer el amor (¿qué dirían los limpiabotas de Torremolinos?), cuatro páginas bastante vergonzosas (moralmente) sobre los negros, un elogio de Edgar Allan Poe que ni viene a cuento ni es divertido, y finalmente una página que dice que Lincoln era una mujer y que Brancusi tendría que esculpirlo bajo esta figura.
Si añadimos que el libro debería llevar notas (¿quiénes son «King Philip» y Thomas Morton?—yo lo sé porque Lowell, que debe muchos temas a este libro, me ha obligado a aprenderlo—), me temo que este informe no es demasiado alentador. Pero las partes buenas son tan considerablemente buenas que me parece que sería una lástima abandonarlas. Quizá podríamos examinar las otras cosas en prosa de Williams (me parece que tiene una autobiografía), y tratar de hacer una selección.