Cuatro horas leyendo un libro de Spidlik que lleva por título El conocimiento integral: La vía del símbolo. Cuatro horas. Empecé a las cinco. Corté a las ocho. Me fui a correr. Cené. Departí con la familia. Quisieron ver una película, pero soy tan exigente con lo que veo, que me retiré a mis aposentos y proseguí leyendo. Lo acabaré hoy, de madrugada. Sí, llámalo adicción.
Hacia la cuarta hora de lectura me topé con la nota a pie de página que he adjuntado a la entrada. Es del cineasta ruso Andrej Tarkovskij y explica su relación con la realidad. Ha supuesto que, desde hoy, me esfuerce por buscar esa “organización poética de la existencia” en cada una de las películas que decida ver. Y cómo no, en cada una de las novelas que lea. Desde hoy, qué duda cabe, será un criterio más para valorar una obra. Convencido.
No transcribo la cita, la fotografío sin permiso del editor, pero, a cambio, vinculo la ficha editorial del libro.
El libro es recomendable. Empieza con Dostoievski, prosigue con la filosofía antigua y enardece el seso, para qué te voy a engañar. Viene a demostrarte que el hombre sabe más de lo que puede ver o imaginar a través de sus sentidos.
La referencia bibliográfica completa es… Pásalo bien con él si decides leerlo. No te va a insuflar la fe, pero si la tienes, te la reforzará. Siempre he pensado que si no la alimentas, se pudre, se chuchurre -de la segunda acepción de “chocho”- y, sin darte cuenta, recorres la vida adulta con las ideas que te daban cuando eras un zagal en las charlas de catequesis. Y así, ¿cómo no vas a perder la fe en una religión que siempre te ha parecido infantil, alma de cántaro?