Ya me gustaría completar este tropo con palabras
esenciales. Pintarlo con frases llenas y rebosantes de palabras esenciales.
Tantas como las que he encontrado en los artículos de Julio Camba recogidos en Mis
páginas mejores, selección de artículos prologados por Manuel Jabois y
editados por Pepitas de Calabaza. Año 2012. “Con existencias en nuestra web”.
No sé cómo llegué a este libro, pero me figuro que,
saliendo como salía de leer Literatura infiel, recalé con querer en él. A
mí me descolocó mucho el título: Mis páginas mejores, pero creo que fue
porque ejecutaba algún artículo del código del extrañamiento literario. Lo
releí tres, cuatro, cinco veces. Ponía del revés el libro, ocultando la portada,
le daba la vuelta, y otra vez, ahora en voz alta: Mis páginas mejores. Así,
un rato. Mientras, me decía: “joder, qué efecto tan chulo el de ese nombre con
ese adjetivo”. Magnífico ejemplo de adjetivo pospuesto que guardo para mis
alumnos. No le quedaba otra a ese nombre. ¡Viva el nombre! Denotar era eso, marcar
territorio era rugir así. Hasta pensé que eso era hacer tres líneas en el Tetris
con una simple L invertida.
Se escribe como se vive, leí en el prólogo de Jabois, y
así lo he comprobado en cada uno de los ciento y pico artículos que conforman esta
selección de piezas. Julio Camba escribía así porque vivía así. En Camba compruebas
cómo sacaba a relucir los azares de su vida, cómo “caer en casa de Frau Grube”
le movió a ambientar esa caída; cómo tener “un amigo muy demócrata” era atesorar
para sus artículos las contingencias de ese amigo y de aquellas gentes con las
que se rodeó en Francia, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Suiza, Italia y
Portugal. Sacar brillo a esas experiencias era su trabajo. Después lo ofrecía
reluciente, por piezas y con entrega manuscrita.
Agudeza, agudeza de cuchillo (concisión) y tenedor
(acierto). Buscando lo esencial del ambiente, del carácter, de una mentalidad. Saciando
nuestro interés humano por los asuntos raros y extraños con los que se topaba.
Sus palabras y sus giros. No hay tópicos, no hay frases hechas, así nos define,
y de un modo magistral, qué es el periodismo literario.
Decía Eugenio D’Ors que los articulistas tenía que pasar
de la anécdota a la categoría con el fin de hacer brillar un símbolo, una alegoría,
o por lo menos, reflejarlos. Que en eso consistía el arte de la columna; y que
eso lo hacía don Julio Camba, don Eugenio.
Acabo con una cita que utilicé recientemente y que
extraje de El lenguaje y la vida, de Charles Bally. La naturalidad del
juego de palabras de Camba la me la ha recordado:
“El lenguaje natural, ese que todos hablamos, no está al
servicio de la razón pura, ni del arte; no apunta ni a un ideal lógico ni a un
ideal literario; su función especial y constante no es la de construir
silogismos, ni la de redondear periodos… el lenguaje está simplemente al
servicio de la vida”.
Tropezarse con el mundo como se tropezó Camba fue ponerse al servicio de la vida; para escribirla.
Vínculo de este tropo: El libro puede adquirirse sin gastos de envío en la página web de la editorial.
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