Mao II me lo regaló un librero. Bueno, para ser
exactos, el empleado de un librero. En este caso, el empleado de la librería donde
compro mis libros es la persona que más sabe de literatura de la buena. Cuando
digo de la buena, es eso, de la buena. Ya sabes, literatura de la buena. No hay
otra. Este chico, este amigo ya, tiene su casa llena de libros. Llena es una
palabra baúl, como les digo a mis alumnos. Repleta quedaría mejor, incluso rebosante,
rebosante de libros. Eso sí, sin espuma. Así que un buen día, me lo trajo de su
casa y me lo regaló. En realidad, me ha regalado muchos libros. Y yo a él. Nos
regalamos libros de los buenos. Y disfrutamos.
Yo solo quería decir que tengo a Don Delillo en casa por una
donación del empleado de un librero. El libro me lo leí hace muchísimo tiempo,
pero ha sido leer de nuevo esta cita, la cita que no se dejaba atrapar, la cita
del recreo de otro tropo, cuando he descubierto las ganas dentro de mi seso de
releerlo. Tú, ¿qué dices?
“Al término de cada frase aguarda una verdad, y el escritor sabe reconocerla cuando por fin la alcanza. En un determinado nivel, esa verdad constituye el ritmo de la frase, su cadencia y su equilibrio, pero a un nivel más profundo representa la integridad del escritor enfrentado al lenguaje. Yo siempre me he visto a mí mismo en las frases. A medida que elaboro una frase, comienzo a reconocerme, palabra por palabra. El lenguaje de mis libros me ha modelado como hombre. Una frase que nos sale bien está dotada de fuerza moral. Revela la voluntad de vivir del escritor. Cuanto más profundamente me sumerjo en el proceso de lograr la perfección de las sílabas y el ritmo de una frase, más aprendo de mí mismo. He trabajado mucho y muy duramente en las frases de este libro, pero no lo bastante, dado que no me veo a mí mismo en su lenguaje”.
Don Delillo en Mao II
Después de la cita, el libro de Luis Rodríguez, 8.38 sigue así:
¿Por qué se escribe? ¿Por qué escribe DeLillo? ¿Y Nabokov?
Luis Rodríguez, en la página 91 de 8.38
¿Y Blumm?
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