Día 3 de diciembre de 2022, sábado.

«Me gustaría que te cansases haciendo lo que te gusta» fue una de las entradas del blog más leídas ayer. Es del 2019. Va sobre un mago de la ficción, Philip Roth. Sigue vendiéndose. Siempre he dicho que las entradas de un blog funcionan como el fondo de una editorial. Siempre remanecen en el momento más inesperado. Son leídas cuando el albur y los algoritmos quieren. Los libros son buscados y encontrados por el interés más peregrino en el momento más inoportuno.

Me cansaría escribiendo en este blog. Me cansaría hasta la extenuación escribiendo con un bolígrafo Bic sobre un folio en blanco. Me extenuaría leyendo. Me extenuaría también delante de un Sagrario; ¡oh, sí! Me cansaría jugando al tenis y paseando por los riscos de una montaña con mis hijos. Me cansaría de escuchar a Bach y a Haendel, también a Pet Shop Boys y a Loquillo. Me cansaría de bailar con mi mujer… ¡Para qué esconder las fuerzas motrices que retroalimentan tu existencia! De tantas actividades me cansaría que he empezado a buscar cansarme haciendo todo esto que me gusta. Para sublimarlo quizá.

Twitter e Instagram impedían el cansancio en todo aquello que me gustaba. Twitter e Instagram absorben tanta ram mental que transforman de manera muy sibilina los días de quienes no pueden separarse de ellos ni pueden dejar de consultarlos. El principio de realidad. Si te atienes al principio de realidad existencial, Twitter e Instagram son absurdos. Por eso hoy, tercer día sin entrar ni consultar nada en Twitter ni en Instagram, me siento capaz de empezar de nuevo a cansarme otra vez en lo que verdaderamente me gusta. Hoy, por ejemplo. Después de no sé cuántos días, en vez de desayunar con el móvil, lo he hecho con el cuaderno, escribiendo y garabateando. Hoy he jugado dos horas al tenis, he perdido y he ganado, que es de lo que se trataba. Remanecer es esto, por supuesto. Escribir, ganar y perder, al tenis y frente a un folio en blanco, desbocarse como un caballo, cansarse con lo que a uno le gusta.