Es la tuya una prosa bonita, pero la que me gusta leer es la de Philip Roth, que viene sin disfraz. La tuya no dice nada, sino la de Roth, independientemente de si se mete o no con los judíos, o con sus vecinos los cristianos. Es la prosa de Roth la que me está llenando estos días finales de abril y es la que me hace imaginar que hay y existe una literatura que sí vale la pena releer, esa donde Ozzie casi salta y se mata, o aquella donde Brenda, porque está fuera de casa, deja escondido el diafragma que Neil le obligó a comprar; allí, entre los jerséis de invierno. ¿Qué hacía la madre de Brenda rebuscando entre los jerséis de invierno de Brenda? No buscaba ningún artilugio anticonceptivo, pero lo encontró. Así como en las obras de teatro el “no” hubiese matado el conflicto, el “sí” lo resucita y alimenta.

La otra prosa, tu tópica prosa, no me ayuda a imaginar. Lleva disfraz. Es bonita, melódica, con prosodia y florecillas de charol, pero ni se convierten los judíos con ella ni hay sexo encima de una baldosa, como hace Roth. Philip Roth te supera, reconócelo. Hasta te ríes cuando lees “había un cañón de la guerra civil, y el muchacho se atrevió a decir a mis padres que se disparaba ‘cuando una virgen pasaba por su lado’”. Que te rías. Roth es así, porque se obligó, desde que decidió dedicarse a escribir, que había que imaginar las cosas de un modo distinto a como suceden, o transformar las “cosas que jamás podrían haberme ocurrido a mí, pero que le sucedían a un agente, una proyección de mí mismo, un yo que era otro”. No me lo invento porque lo cuenta después de mi lectura de Goodbye, Columbus, en Los hechos. Autobiografía de un novelista. Aquí es donde dice que se convirtió en escritor en el momento en que le dio juego al lado maníaco de su imaginación. Y levantó el vuelo Roth. Así lo hizo y así deslumbró a tu imaginación.