¿Y la camarera no va a volver a salir?

¿Y LA CAMARERA NO VA A VOLVER A SALIR?

En un fragmento del cuaderno 12, incluido en Cuadernos de todo, de Carmen Martín Gaite, ella glosa un libro de M. McLuhan. La nota es del 1 de diciembre de 1974, y dice:

M. McLuhan, La Galaxia Gutenberg
La palabra es “deidad momentánea”, revelación (Cassirer). Siempre muestra la marca de su prístina fugacidad y libertad.
Dar palabra. Las actitudes de lealtad y similares se corresponden, en esencia, a ese atenerse a la palabra, con la palabra se da promesa de coherencia. Del dicho al hecho va mucho trecho, dice el refrán. Porque realmente hay una escisión, acabó por no ser causativa por sí misma de la conducta. “Por el mismo proceso mediante el cual segrega el hombre de su ser el hilo del lenguaje, queda aprisionado en su tela; y cada lenguaje traza un círculo mágico en torno a las gentes que lo hablan, un círculo del que no es posible escapar sino penetrando en otro” (W. Von Humboldt).
“Si está contando una historia acerca de dos hombres a un público africano y uno de ellos ha terminado su papel y desaparece… el público necesita saber qué es lo que ocurre con él; no acepta el hecho simple de que el personaje ha terminado su misión y ha dejado de ser interesante en la narración.” Olvídate del del bigote. Tenía que desaparecer de un modo natural. “¿Qué fue de Fulano?”, “¿Y ese no va a volver a salir?, se pregunta de un personaje que te ha sido simpático.

El primer personaje que he recordado cuando he leído este fragmento ha sido la camarera sin nombre que aparece en las páginas 55 y 56 de El público, de Bruno Galindo. ¿Qué fue de esa camarera? ¡Hasta se lo planteé al autor!:

“Mira, Bruno, si en el capítulo de la fiesta…, fíjate lo que digo, si hubieses tomado otra decisión… Y me refiero al personaje de la camarera. Yo quería más camarera, así como bebo café después de comer. Qué fuerza tenía ese personaje. ¡Pero no aparece más! Reconozco la extraña frustración que me causó no encontrarla más durante la historia. Quiero a esa camarera. Soy un enamoradizo. Con esa camarera se estableció una conexión literaria que hubiese ofrecido a tu novela más brillo, pienso. Y desde luego que al protagonista y a mí más placer. Pero la novela creció de la mano de una patosa borracha”.

La secuencia en la que me enamoré de la camarera fue la que trascribo a continuación. Como lector de la novela de Galindo me pareció un error no haberle dado más desarrollo y protagonismo a ese bombón. Debería, incluso, reescribir la novela a partir de ese momento, porque seguro que dejó a más de un lector con esa pregunta en la imaginación: ¿Y la camarera no va a volver a salir?

Photo by cottonbro on Pexels.com

“En ese momento pasó otra camarera que le cuchicheó algo que él no pudo escuchar:
–¡Díselo, díselo!
Y ella se lo dijo:
–¿Usted es escritor, verdad? Lo he oído antes, cuando estaba hablando con aquel grupo.
El sobresalto de Nuestro Hombre fue notable.
–Perdón, no quería molestarle. Es que me encanta leer. Él le preguntó qué clase de libros le gustaban. Y al escuchar la respuesta sí que se quedó de una pieza.
–Me encantan los prerrevolucionarios y protoutopistas rusos. Zamiatin. Los hermanos Strugatski…
¡Arkadi y Boris Strugatski! ¡Los autores de Picnic junto al camino, esa obra maestra de la ciencia ficción que filmó Tarkovski, la zona prohibida, la vida de los stalkers! ¡Yevgueni Zamiatin, el autor de Nosotros, la 1984 presoviética, el antecedente ruso de Orwell, esa magnífica profecía totalitaria! ¡Inaudito: había leído también al controvertido Bulgarin, al distópico Odoevski, al físico marxista Bogdanov, esos grandes heterodoxos!
–También me gustan los literatos potenciales franceses. Pero vamos, no he leído casi nada. Raymon Queneau, François Le Lionnais, Georges Perec… –miró al techo buscando más nombres–. Lo típico. Casi nada.
¿Lo típico? ¿Casi nada? ¡Eran los cerebros del grupo Oulipo, los grandes renovadores del lenguaje, los revolucionarios de la estructura literaria, esos locos que llegaron a idear máquinas de hacer historias! Nuestro Hombre solo pudo articular una última pregunta. ¿No sabría, por casualidad, algo de los poetas afroamericanos de los agitados días del black power?
–Solo he leído a LeRoi Jones… –dijo con cierta vergüenza–. Pero me fascina su poética combatividad y su fuerza imaginativa.
Él movió la cabeza de lado a lado, como un autómata, tras escuchar aquellas loas dirigidas al hombre que cambió su nombre por el de Amiri Baraka: el heroico adalid de la revolución negra. Mientras tanto ella le contaba que de vez en cuando trabajaba de camarera en eventos como este; eso le ayudaba a pagarse los estudios de Literatura Comparada. A ella y también a su compañera de piso, la que le había animado a hablarle y ahora sonreía cómplice a lo lejos.
–Bueno. No le molesto más. Le dejo una copa.”

Bruno Galindo, en «El público»

–Bruno, ¡¿y la camarera no va a volver a salir?! –preguntaron al unísono Carmen, McLuhan y Cassirer.

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