Le asombra Carmen Martín Gaite. Ayer tomó prestados de la biblioteca sus Cuadernos de todo, setecientas páginas publicadas con el contenido de treinta y siete cuadernos de la escritora. Asombroso y maravilloso. También las fotografías que se incluyen de los mismos cuando comienza a desgranar el contenido. Hay fotos, pero no voy a exponer ninguna. Si había algo que a Langlois le había empezado a preocupar era que lo visual pudiera convertirse en un lastre para publicar sus descartes. Me lo recordaba hace un par de días. Me llamó y me lo dijo: “Me gustaría escribir, olvidándome de la fotos y las imágenes. En realidad, son un lastre. Además, demandan mucho tiempo”, me aseguraba. Seré más parco y pragmático. Lo primero que se me ofrezca, y sin muchos retoques. Quería dedicarse a escribir con más asiduidad, pero no solo aquí, sino en el cielo y en la calle. No nombró el infierno, aunque muchos lleven dentro un infierno y no lo sepan y se hagan pasar por santos. Le gustaría escribir de esos infiernos ocultos, pero necesitaría esconderse detrás de un seudónimo o invento de ese tipo. Pessoa lo hacía bien. Desde luego que Langlois no es Pessoa. Ni Gaite. Ni Roth. Pobre Langlois. No sé a qué se refería, ahora que lo pienso, cuando decía eso del cielo y de la calle, pero lo escribo ahora, casi de su parte. Me decía y casi me pedía por favor que si le podría permitir enviar solo el texto, que no sabes lo que me aliviarías la tarea de escribir y enviarte estos descartes. Son tuyos, le dije, así que puedes hacer con ellos lo que te dé la gana. Me sigue pareciendo asombrosa Gaite, cuya foto he buscado yo.
