Césped seco, de Joaquín Fabrellas

Sobre todo escribí este libro porque estaba harto de escribir poesía,…, ya, y todos piensan que no es nada, que poesía, puede escribir cualquiera, porque quién no tiene un puto boli, es como el fútbol, los niños tienen dinero para una maldita pelota, y van todos pensando que son excelentes jugadores porque han marcado un gol en una portería desierta. La poesía es otra cosa, amigo, tiene una jodida manera de hacerse ver a través del poeta.

De Césped seco, de Joaquín Fabrellas

Nadie puede negar que Césped seco es un magnífico tropo, además de un trozo de la canción «Paquito», de Los enemigos:

Paquito quemará
la montura de sus gafas
con un cigarro de
césped seco
y luego jugará a los vaqueros
con una pistola de verdad
y matará a su mejor
amigo. 

Leí Césped seco de un tirón. Este fin de semana. Es, como dice un singular, divertido y cabrón heterónimo al final del libro, una metáfora de esta sociedad. Una sociedad esquizofrénica, alterada y en continua representación de sí misma: fragmentaria. Césped seco no es solo una metáfora y un tropo, sino cuarenta y cinco relatos muy originales y virgueros. Porque no hay relato malo, ni aburrido, ni mal escrito. Todos rebosan, o metaliteratura, o ficción autobiográfica o jazz; incluso mundos verosímiles, torrentes de conciencia y realismo sucio, es decir, la exuberancia de la vida plasmada por escrito por un poeta, que es escritor. 

Exuberancia. Me quiero quedar con este sustantivo que transformo rápidamente en un adjetivo calificativo para definirlos a todos: relatos exuberantes. Césped seco es exuberante todo, valga ahora, y sin permiso, este raro oxímoron.

Cuando escribo exuberancia me remito a cualquier relato. Piezas bien armadas, cuidadosamente escritas, como hacen los escritores que son poetas, engarzando detalles, sumando páginas colmadas de miniaturas ficcionales, y pizcas y piezas de la mejor ficción. Fabrellas no escribe, minia. Incluso articula fragmentos tremendamente eufónicos. Produce un placer leerlos en voz alta… Muy pocos escritores me han hecho preguntarme por el sonido de sus piezas escritas. Los relatos de Fabrellas rezuman una rara armonía, un algo muy eufónico, una sonoridad singular, casi musical. ¡Pero es prosa! No sé explicarlo, no soy escritor, pero esta singular característica de la prosa de Fabrellas es evidente.

Relatos que, además de entretener y alimentar a la imaginación, permiten empatizar con unos personajes desbordantes, que en muchas ocasiones son detrito de la condición humana. Si sumas, además, las esencias que ofrece el yo autobiográfico de bastantes relatos, todo se transforma. Pasas y pasas las páginas hasta la entrevista final donde Fabrellas consigue destilar, sin apenas dificultad, o eso le intuimos, una obra de intensa imantación.

La exuberancia es propia de la poesía y, si bien Césped seco está construido con muy buena prosa, no hay que olvidar que Joaquín Fabrellas es poeta. Por eso reconozco que, desde que leí su primer juguete en prosa, El imposible lenguaje de la noche, lo prefiero como escritor a poeta escritor.

Finalizo. En este libro de relatos, finalista del 28º Premio Andalucía de la Crítica, Fabrellas consolida su trayectoria como escritor de narrativa, exuberante, como aquí hemos escrito y defendido, de prosa imaginativa y miscelánea, por color y textura, como suelen ser y así se nos ofrecen, las guindas de cualquier pastel. Por ese motivo, por su sabor y color también, es una obra finalista de un gran premio y ha sido publicada en la colección narrativa de la editorial Versátiles, que recomiendo visitar.

¡Enhorabuena, Joaquín!

Puedes adquirir Césped seco en la web de la editorial.

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