Alguien derruido tiene que cambiar su vida en una dirección que lo haga feliz. Buscar una meta acorde a su realidad sin olvidar que la imagen que tenemos de nosotros determina nuestra conducta y por tanto, nuestra felicidad.
Jalics ataca, o más que atacar evidencia, las fisuras del comportamiento de esos cristianos que se imaginan como los más perfectos (el ladrillo de la ortodoxia) y que solo alimentan, o se alimentan con el enriquecimiento de la imagen que tienen de sí mismo. Un cristiano así, afirma Jalics, tiene que hacer un gran esfuerzo por admitir sus errores. No obstante, afirma que una de las maneras para promover la seguridad de una persona es relativizar sus problemas, confortarla y alentarla. Al final, la experiencia nos lo demuestra, muchos problemas solo existen en la imaginación. Merton decía que la única realidad era el presente y la irrealidad todo lo demás.

¿Cuándo, entonces, una persona rearma su seguridad? Jalics sugiere que «la verdadera seguridad aparece cuando el afectado se siente en condiciones de resolver sus propios problemas. Es vital e importante que nuestro interlocutor debe vivirlo por sí mismo. Hasta el punto de permitirle hablar cuando quiera y le plazca. En definitiva, que se sienta que nos adaptamos a él».
En otra ficha índice extraigo que lo que transforma a otra persona es el testimonio. El ejemplo. Las palabras no valen para nada, sino el testimonio. Jalics habla de autenticidad, porque hay que perseguirla, cueste lo que cueste. La persona auténtica dice lo que realmente siente y se enfrenta a la persona sincera, que dice lo que piensa. Hoy no se dice lo que sientes y te escudas en la sinceridad, que solo es decir lo que piensas. Es falaz. Es prolongar la hipocresía. Es curioso que ahora haya llegado a vincular de una manera tan directa la sinceridad con la hipocresía. ¿Por qué? Porque lo que importa es la autenticidad. Se puede ser sincero e hipócrita.
Sobre la madurez emocional Jalics expone que para apoyar al otro en su desarrollo personal, debemos renunciar a convertirnos en guías, jueces o modelos. Hay que ayudar, pero sin ponerse al volante. Es lo contrario a lo que encontramos hoy. El secreto está en no aclararle al otro sus problemas, sino tener tú claro que desde su interior ya se aclarará porque «desde el centro de uno mismo suelen brotar intuiciones que desbordan con creces la claridad de las propias ideas».
Jalics cree en el reflejo. En el reflejo como método para mostrar comprensión, empatía y gran respeto hacia la otra persona. Cuando dialogas con alguien reflejando, el interlocutor se abrirá si siente y percibe acogida profunda, cordial y llena de empatía. Hoy nadie escucha a nadie. Nadie otorga la máxima importancia a escuchar al otro antes de exponer su punto de vista. Si no suspendemos nuestra actividad mental mientras escuchamos no lo lograremos. No te obsesiones con ayudar al otro, porque la mejor ayuda es que te estés quieto y solo, repite Jalics, y solo escuches. Hay que obrar sin actuar. Hay que dejar que quienes nos rodean sean autónomos.
Páginas después el autor nos muestra cómo hay que escuchar al otro: primero, muestra genuino interés, nada de impostaciones o hacer como que… Además, cuando escuchas respetas a la otra persona. Tienes también que desarrollar la capacidad de demorarte a ti mismo con silencio y quietud.
Jalics termina el libro insistiendo en que hay que partir de las propias vivencias, ordenarlas y sistematizarlas para alcanzar una fe razonable. Y a todo ha de extenderse. De hecho, afirma que «forma parte de la sensibilidad cristiana percatarse cuándo una persona quiere contarnos algo que no se atreve a decir en otros contextos».
Para todo esto, Jalics vuelve a subrayarlo, el silencio resulta indispensable para un trabajo interior intenso; es decir, te queda, nos queda mucha oración y más contemplación. ¿Me escuchas?
Escuchar para ser: Dimensión contemplativa de las relaciones interpersonales: 251 (Nueva Alianza)