Hoy he trabajado este texto en 2.º de Bachillerato, un texto de Baroja que iba de putas, ricos y pobres:
En alguna de aquellas casas de prostitución distinguidas encontraba señoritos de la alta sociedad, y era un contraste interesante ver estas mujeres de cara cansada, llena de polvos de arroz, pintadas, dando muestras de una alegría ficticia, al lado de gomosos fuertes, de vida higiénica, rojos, membrudos por el ‘sport’.
Espectador de la iniquidad social, Andrés reflexionaba acerca de los mecanismos que van produciendo esas lacras: el presidio, la miseria, la prostitución.
–La verdad es que si el pueblo lo comprendiese -pensaba Hurtado-, se mataría por intentar una revolución social, aunque esta no sea más que una utopía, un sueño.
Andrés creía ver en Madrid la evolución progresiva de la gente rica que iba hermoseándose, fortificándose, convirtiéndose en casta; mientras el pueblo evolucionaba a la inversa, debilitándose, degenerando cada vez más.
Estas dos evoluciones paralelas eran sin duda biológicas; el pueblo no llevaba camino de cortar los jarretes de la burguesía, e incapaz de luchar, iba cayendo en el surco.
Los síntomas de la derrota se revelaban en todo. En Madrid, la talla de los jóvenes pobres y mal alimentados que vivían en tabucos era ostensiblemente más pequeña que la de los muchachos ricos, de familias acomodadas que habitaban en pisos exteriores.
La inteligencia, la fuerza física, eran también menores entre la gente del pueblo que en la clase adinerada. La casta burguesa se iba preparando para someter a la casta pobre y hacerla su esclava.
Pío Baroja en El árbol de la ciencia
Antes, por la mañana, había leído este otro, que también lo he releído hace un rato, sobre las diez de la noche, junto a mi hijo. Algunos días leemos el evangelio del día y lo glosamos a nuestra manera. Es divertido y sorprendente comprobar cómo carbura una cabeza de trece años en estos asuntos tan inmateriales. Y singulares, si observo lo que le rodea. El texto del evangelio de hoy rezaba:
En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos, vio a unos ricos que echaban donativos en el tesoro del templo; vio también a una viuda pobre que echaba dos monedillas, y dijo: «En verdad os digo que esa viuda pobre ha echado más que todos, porque todos esos han contribuido a los donativos con lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
Lucas 21, 1-4
Cuando mi hijo ha terminado de leer el fragmento me he preguntado por qué no se me habrá ocurrido nada esta mañana mientras explicaba las ideas que contenía el texto de Baroja. Hubiese sido una intertextualidad curiosa, esa relación entre los ricos de mampostería, inteligentes, guapos y «membrudos por el sport» y esos otros, pobres, esclavos y muy sometidos, casi determinados, y que serían los del par monedillas. Qué pertinente hubiese sido la intertextualidad.
Pero es ahora, de noche, cuando ha surgido la relación, el vínculo. Y ¿quién es el más rico de los personajes que traigo hoy aquí?, me preguntaba. Si esa viuda ha echado más que nadie, si una pequeña moneda es más valiosa que la que se saca de la abundancia, si no se calcula lo que se da, sino lo que queda, como decía San Ambrosio, ¿quién de verdad es el rico? ¿A qué semántica pertenece la palabra rico? ¿Al que nada en la abundancia de su patrimonio o el que está dispuesto a dar una moneda y con ella es capaz de igualar y superar ontológicamente a aquel rico? Superarlo y ser, en el ser, más rico que él. Dulce paradoja.