Karcino es un tratado de palindromía de Juan Filloy que ayudó a Langlois a conseguir una plaza de profesor de Lengua Castellana y Literatura. Langlois es el protagonista de esta historia. Él fue interino, profesor interino, hasta que aprobó con plaza. Para Langlois el 21 de julio de 2021 fue un día muy singular porque le confirmaban que dejaba de ser interino para ser funcionario en prácticas; y todo con la ayuda de un palíndromo.
Langlois había leído muchas entrevistas sobre Juan Filloy. Desde que descubrió a Filloy no ha parado de leer sobre él. Filloy fue un escritor argentino que vivió 104 años. Langlois había observado que Filloy, en la mayoría de las entrevistas, alardeaba de los paseos que daba. Afirmaba que eran su fuente de creatividad y el motor de su escritura. Langlois llegó a pensar que Filloy era un Johnnie Walker argentino, que no destilaba whisky sino literatura. Filloy lo único que hacía era escribir mucho y muy bien. Así era. Y así fue. Lee Caterva y verás.

Filloy encarnaba ese refrán que a Langlois, de vez en cuando, le gustaba repetir. El refrán sintonizaba con Filloy por aquello de los 104 años, por la longevidad: «Poca cama, poco plato y mucha suela de zapato». Tanto paseo se desbordó y se materializó en literatura y en ingeniería palindrómica.
Pero si estamos aquí es por Langlois y por el palíndromo que descubrió en el librito de Filloy mientras preparaba las oposiciones. Cuando leyó aquel enunciado supo que sería la pieza clave que le faltaba para armar el exordio que debía preparar para la defensa oral ante el tribunal, pues de eso se trataba la segunda parte de las oposiciones al Cuerpo de Profesores de Enseñanza Secundaria. Había que defenderse oralmente frente a un tribunal compuesto por cinco personas. Langlois piensa que gracias al palíndromo obtuvo una de las mejores notas de la prueba oral. Langlois no lo dudaba.
Cuando releyó el palíndromo pensó que Filloy lo había escrito para él. No podía ignorar que se trataba de un atractivo y virguero fuego artificial. Para empezar el discurso y sorprender no estaba mal. Además, era muy adecuado y coherente con el discurso didáctico. Desconocía las condiciones en que Filloy lo había descubierto, si fue paseando poco o paseando mucho, pero a Langlois le daba igual. Intuyó que abriendo el exordio con aquel palíndromo se sentiría más seguro. Y se lanzó:
«¿Son mulas o cívicos alumnos?
La respuesta a esta pregunta puede estar contenida en la cita que utilizo para encabezar la programación didáctica y su defensa: «El capital intelectual de un adulto suele reducirse a una pequeña lotería ganada en la adolescencia» y por qué no, añado ahora, en el instituto donde nos encontramos.
La pregunta que acabo de escribir en la pizarra es un palíndromo: ¿Son mulas o cívicos alumnos?
Me gustaría simbolizar con este ingenio lingüístico nuestra labor como docentes. Si una cualidad del palíndromo es su reversibilidad, nuestras programaciones didácticas deberían impregnarse también de esta cualidad para convertirlas en herramientas capaces para identificar las necesidades de nuestros alumnos y revertir soluciones. Solo identificando la necesidad, podremos satisfacerla. Ir desde ellos a nuestra manera de enseñar y desde esta, a ellos, del alumno al docente y del docente y su programación al alumno.
Entre los objetivos que un docente se plantea está el dotar a sus alumnos para la compleja sociedad donde viven. Primero como cívicos alumnos y después como ciudadanos plenos, ilustrados y competentes.
Buenos días, me llamo Abdón Langlois y voy a defender la programación didáctica que he diseñado para el curso de 3º de ESO y que lleva por título «Sorbí libros»…».
Un comentario en “Historia de un palíndromo (y una plaza)”