No me resisto a sacar la máquina de escribir para grabar una cita de Apollinaire. Hoy me he puesto con las vanguardias literarias europeas y su relación con las españolas. De risa, pero algo cuajó. El motivo por el que saqué la Olivetti de su rincón fue, en realidad, porque encontré una magnífica cita en Las tetas de Tiresias, que es la obra donde por primera vez apareció el término surrealista, o surrealismo. Apollinaire, su autor. Si la cita primigenia es la que transcribo, viva. Si no es la cita fuente, viva también. En realidad, este texto me sirve para repasar la introducción del tema que estudio. La cita, que es muy buena, dice:
Cuando el hombre quiso imitar el andar, creó la rueda, que no se parece en nada a una pierna. Así hizo surrealismo sin saberlo
Apollinaire en Las tetas de Tiresias

Apollinaire se crió en las calles de Mónaco. De madre polaca, su padre los abandonó. Su afán de originalidad le llevó a ser el tipo más iconoclasta de Europa por al menos unas horas. Hasta apoyó aquello de destruir bibliotecas y museos, aunque este dato hay que comprobarlo. La red no siempre está en lo cierto, Wikipedia menos, como me dice mi hijo R, de trece años recién cumplidos, al que le he regalado cómo registrarse para ser un flamante editor en Wikipedia. Ya edita el tío, a su edad. Ni Apollinaire.
Apollinaire también rechazaba la realidad, como hace ahora una parte de la izquierda del país donde leo. Rechazar la realidad es ir de surrealista, al fin y al cabo. Por eso, siguiendo el proceso lógico, una parte de la izquierda de este país es surrealista. Así, y por este motivo, a los surrealistas, y en general a los tipos de los ismos, les encantan los escándalos. Era su manera de sacudir las conciencias de los burgueses, de los acomodados. Y cómo se divertían haciéndolo. Mirad a Tzara. Único.
Algo que consiguieron con cierta genialidad los ismos fue la fusión de disciplinas y la experimentación estética. Todos estos afanes quedaban escritos y por eso promulgaron y escribieron tantos manifiestos, que eran donde se recogían las directrices de las nuevas artes.
Aquí, en España, no debemos olvidarnos de Guillermo de Torre. Ni del chileno Huidobro, que fue quien dijo aquello de «oh, poetas, no cantéis la rosa, hacedla florecer en el poema». Esto en realidad es Creacionismo del puro. Ni olvidarnos tampoco de Ortega y Gasset, que se implicó escribiendo no sé ahora dónde aquello de «en arte es nula toda repetición», o lo que afirmaba Valéry: «Lo nuevo es como un imán, un veneno».
En definitiva, los ismos fueron «un puñetazo en el ojo», pero fueron tan efímeros -duraron muy poquito y ya en los años 30 empezaron a desvanecerse- que Guillermo de Torre escribía sobre ellos:
Vanguardia: fase que ha sido superada para dar paso a otra más libre, orgánica y constructora. Ha terminado la época del manifiesto, del prospecto, de la algarada. Lindamos con la edad más venturosa del alambique en la cual se produce la obra destilada.
Guillermo de Torre
Tuvieron miga los ismos, como diría mi padre. Sigo, o prosigo con el Futurismo. Y con Marinetti (¡fascista, fascista!, le tiran a dar), al que le censuraron una primera obra por su carga erótica, y porque a alguien le dio por dibujar un falo de doce metros. En Mafarka el futurista. Hablando de falos de doce metros. Hay falos de ciento veinte centímetros a escala uno algo en portadas (o cubiertas) de libros, como aparece en esta de Alfred Jarry y su Supermacho. No están en la biblioteca.
Nada sale bien a la primera, y eso que el surrealismo también lo intentó.

©️blumm: bernardo luis munuera montero