
Llevo unos días obsesionado con un banquito de madera, bueno, con el banquito de madera de un escritor que es profesor y muy padre. Lo de muy padre lo escribo porque tiene seis hijos. Mi padre, por ejemplo, también es muy padre. Y mi madre, muy madre, claro. Soy el mayor de diez hermanos, pero eso ahora no viene a cuento, muy hermano.
Decía lo del banquito. Llevo toda la semana intentando imaginar cómo es el banquito de madera de Jesús Montiel y aún no lo he conseguido. Hasta le he enviado el artículo a mi hermano C, que es arquitecto, pero tampoco logra elucubrarlo, y eso que sabe un rato de oración y de fe en las estructuras vigorosas de la vida. Había pensado escribirle al autor de Lo que no se ve (sí, así se titula su último libro –tiene guasa–) un mensaje privado por Twitter para que me enviara una foto de su banquito de madera, pero si bien me da igual que me tome por gilipollas, no lo voy a hacer. No suelo ir por ahí molestando a desconocidos con mis tonterías.
El artículo “Un banquito de madera” fue publicado en marzo de 2020 en “El Debate de hoy”, ese “diario móvil de opinión de España”, que tiene un lema que me seduce, por apocalíptico y sugerente: “Hay jinetes de luz en la hora oscura”, aunque ahora tampoco viene esto a cuento, así que sigamos con el banquito de madera, que es lo que no consigue dibujar mi imaginación. ¿Serían ustedes capaces de imaginarse el artilugio si les enumero sus características?:
a) Puede ir de copiloto.
b) Es de madera. El autor y yo creemos en la madera así: “La madera proclama una vida sin aditivos, añeja, con la que me siento más retratado que con el plástico”.
c) Es un objeto inútil para ti, pero no para el autor ni para mí, por supuesto. Desde que he leído el artículo quiero un banquito de madera. Conseguiré mi banquito de madera.
d) Es desplegable. Y aquí comienzan las dificultades. ¿Qué coloca debajo para sentarse y estar cerca del suelo? Arriba he conjeturado que puedo ser gilipollas, pero la verdad es que no logro dibujar en mi imaginación esta imagen: “Y luego despliego las patas de mi banquito, que coloco debajo para sentarme cerca del suelo, a una altura simbólica, que me recuerde la gravedad. Uno las dos manos a la altura del pecho y entro en mi silencio”.
e) Soporta el peso de un varón de talla normal, es decir, de ochenta y tantos kilos: “De rodillas, encima de mi banquito y con los ojos cerrados, hago una pequeña oración que me ayude a ser tonto”. Si me comparo con el autor, no estoy tan lejos. Jesús, rezando así, pretende ser tonto y yo ya soy gilipollas, por lo que intuyo que todo me resultará más sencillo. Además, cuando leo esto, empiezo a conmoverme:
“Quiero decir descender desde la idea, lo que llamamos inteligencia o cerebro, hasta el lugar del corazón. Normalmente vivo arriba, como todo el mundo. Vivir arriba significa hacer planes, lamentar las culpas del pasado, conjeturar lo que la gente piensa acerca de uno, vivir temiendo la enfermedad, la humillación, no ser considerado. No estar enraizado en lo que está sucediendo sino a merced del ego, esa muralla entre la realidad y la nuestra sustancia. Señor de los casos perdidos y los analfabetos, murmuro”.
Les revelo que estoy trastornado desde que he leído este artículo. Primero porque no logro imaginarme el banquito de madera y segundo porque he comenzado a retirarme todos los días media hora, aunque no tengo banquito, ni icono, pero sí una silla de madera, y una vela y…, bueno, un crucifijo de madera muy bonito con una imagen de la Virgen de Guadalupe en el crucero que me trajo R desde México. No obstante, para mi próximo cumpleaños, hacia octubre si Dios quiere, le he pedido a R –que dibuja muy bien– una réplica del icono de la Trinidad de Rublev, que es la imagen emblemática de los Amigos del Desierto. Soy un amigo del desierto, pero sin banquito de madera. Por culpa de Jesús.
ACTUALIZACIÓN 24/01/2021, 20.48 h:
Actualizo la entrada en el mismo día puesto que Jesús Montiel ha publicado las fotos de su banquito de madera en Twitter. Con ello ha aliviado mi imaginación. Muchas gracias, Jesús: