Oppiano Licario.
José Lezama Lima.
Alianza Tres Era,
Madrid, 1983. 292 páginas

La mejor manera de empezar el año como lector es calibrando con la primera lectura las futuras lecturas de 2021, haciéndolo con una lectura redonda, literaria, una lectura que colme todos mis estándares literarios. El año pasado fue La suerte de Omensetter, de William H. Gass. A este recién estrenado año le ha tocado Oppiano Licario, de José Lezama Lima.
Definir cuáles son mis estándares literarios me parecería una tarea insufrible para quien ahora me lee, pero si tuviese que resumir entre qué mínimos y máximos oscilan, no dudaría en parafrasear lo que escribió Juan Goytisolo acerca de Oppiano Licario en “¿Un mundo sin contemplativos ni poetas?”
Oppiano Licario no está concebida para el lector habitual de novelas. Para leer Oppiano Licario hay que despojarse de todos los hábitos y las comodidades que los lectores traemos de serie. En esta obra no vamos a encontrar personajes realistas, ni acciones fáciles de seguir y mucho menos diálogos resultones. Oppiano Licario se construye sobre una sucesión de imágenes y asociaciones de ideas que entretejen una materia literaria, una urdimbre y una trama que constituyen una “insólita combinación de motivos y temas sutilmente enlazados”. Así, advierte Goytisolo: “Una sola página de Oppiano Licario contiene mayor incentivo literario que la suma total de una treintena de novelas ordinarias plebiscitadas por el público”.
Lezama en Oppiano Licario es difícil porque la trama está muy diluida y el argumento se esconde para superdotar a cada línea del texto de tal concentración de tropos que no hay más remedio que reconocer que la prosa de Lezama es prosa viva por evocación, “llena de sorpresas, capaz de unir los extremos y reconciliar lo opuesto”.

Hay carga simbólica en Oppiano. Hay concentración de saber enciclopédico. Hasta me atrevo a compararlo con Los reconocimientos de Gaddis. Poesía mucha, “alquimia poética” más bien, y por encima de todo, una arrolladora fuerza creadora de literatura fresca.
El libro funciona como opiáceo literario. Enterrar un hermano en él es “la ausencia de lo real que produce una presencia de lo irreal ofuscadora”. Una orden puede enunciarse así: “No vayas a despeñarte desde el gnomon alejandrino a la moralidad esópica. La cerveza te engorda el pensamiento, la moraleja es la grasa”. Aparecen reflexiones imaginativas como “El hombre del norte africano siente constantemente que la vida va a morir y que la muerte va a vivir, tiene un sentido vegetativo de la muerte, el sumergimiento dentro de la tierra significa la reaparición heliotrópica, los cambios ordenados por la energía solar. Eso lo siento vivazmente en el cuadro de “El Aduanero” La gitana dormida”. Las comparaciones son geniales y por tanto, inolvidables: “Cidi Galeb empezó a rondar la casa y el barrio de Fronesis con la obstinación de Raskólnikov”. Los llantos, llantos: “Lloraba como un manatí y enseñaba unas tetas grandes como jarras de cerveza”.
Por cualquier página el agotador desparpajo de la literatura de Lezama parece un insulto a nuestra inteligencia por cómo vapulea nuestra imaginación. En Lezama, ¡hasta los coprolitos se enfrentan!: “Dos coprolitos, mierda endurecida del terciario, que se huelen uno a otro para calentarse las almorranas”. Y sexo, cómo no, sexo de imagen tórrida: “así el acto sexual para el cubano es como comer en sueños”.
Hay un gato que muere. En la página 132 de la edición de Alianza se describe el desollamiento de un pobre gato y es que “Licario decidió cortarle la cabeza al gato, para aflojarle los dientes. Fresco por la caricia de la hoja, el cuchillo se adelantaba a vértebras, venas y tendones. La cabeza del gato volcada sobre su furia, no parecía adivinar la caída del cuerpo. Prendida al brazo, la cabeza del gato como una gorgona etrusca, recobraba una salvaje autonomía”. Antes del desuello se lanzaba una surrealista advertencia: “Así no se quemaba su piel, se protegían sus anfractuosidades testiculares, pues cuando el hombre vuela, sus pelotas son de oro”. Magia.
Tanta cultura y sapiencia destila Oppiano Licario que cualquier referencia mundana podría ser descrita así: “Toda cultura fluía como una comparsa en un Día de Reyes, dirigida por un farol y un perro”.
No sé si a estas alturas les he convencido para que lean Oppiano Licario, requeteridos lectores, pero si buscan perderse en el bosque de la literatura de Lezama y al mismo tiempo quieren comprobar cómo les patina la imaginación, no tienen más que atreverse a comprar o a tomar prestado de una biblioteca Oppiano Licario: “Estoy convencido de que todos ustedes son unos radicales perdedores de tiempo. Están disfrazados de un bisuterismo demoníaco, que a ustedes mismos les provoca risa. No tienen la gracia ni el destino y se ven obligados inexorablemente a copiarse a sí mismos”. Opio o leer lo de siempre porque con la escritura de Lezama te va a pasar lo que le pasaba a uno de sus personajes, que cuando veía una palabra al lado de otra le daban deseos de soplarlas para que la copulación fuera más frenética. Te lo aseguro.
Puedes comprar Oppiano Licario en las librerías de viejo que aún lo tienen en existencias.
Estoy con Sumisión de Houllebecq y el personaje en primera persona (Doctor en literatura por una tesis sobre Huysmans) cita a este último a través de un artículo de Gil Blas sobre la novela «Al revés»; que el protagonista considera una obra maestra porque, cito literalmente de Sumisión, «era un callejón sin salida; ¿pero no es ése el caso de todas las obras maestras?».
Voy a Google y pongo Al revés Huysmans. Primer enlace a un artículo de Vila-Matas en ElPaís.
Y me encuentro esta maravilla… y acto seguido pienso: «Esto a blumm le gustaría (si no es que lo ha leído ya)».
https://elpais.com/diario/2010/04/17/babelia/1271463162_850215.html
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Gracias. Estas carambolas demuestran, otra vez, que la literatura no es mentira.
El artículo, una perla. En la misantropía hay felicidad y no egoísmo. Me lo apunto. Deslumbra demasiado la novelita, ¿no?
Gracias, amigo
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