Siempre que alguien te dice algo para ofenderte, tienes dos opciones. La primera, comportarte como si fueses una piedra, como decía el estoico. La segunda, recurrir a la autoburla: “¡Coño, ¿eso es lo peor que puedes decir de mí?! Bueno, en ese caso, se ve que no tienes ni puta idea de quién soy”. Esta suele desarmar a tu oponente y, en realidad, lo que haces es que se sienta como un gilipollas porque alguien que ofende a otro suele ser un gilipollas.
En Twitter o en la vida digital, en la vida real o en la vida, he empezado a utilizar, sobre todo, la primera estrategia. Bueno, más que comportarme como una piedra, me digo eso de “resbala, cómo me resbala”, que es un bisbiseo mental que todo lo aclara, y diluye. No puedes hacer depender tus decisiones de la opinión que sobre ti tienen los demás. No puedes encontrar sosiego si las burlas y lo que piensan los demás te influye sin tu consentimiento. Si lo permites estás empezando a vivir tu vida como los demás quieren o esperan que la vivas.
El texto de hoy tiene su razón de ser. Y es que en las últimas semanas me estoy encontrando a demasiadas personas que se preocupan muchísimo de lo que no depende de ellos. Un ejemplo: la imagen y el juicio que la novia de tu amigo se hace de ti después de que tu amigo le cuente algo sobre ti, por ejemplo, que llevas a tus hijos a un colegio privado, es decir, el prejuicio que la novia tiene sobre los colegios privados te lo endosa a ti. Lo que esa chiquilla piense de ti a partir de esa información que le ha dado su novio no depende de ti. Igual que sabes, esto es de primero, que pierdes el control sobre todo lo que sale de tu boca una vez que llega al oído de tu amigo, o enemigo. De por vida. Por eso es tan sano el silencio. De ti depende, una vez que estés delante de Noelia, la novia de tu amigo, mostrarle cómo eres y argumentarle tu opinión sobre los colegios privados, o los pelícanos del sur, por ejemplo, o por qué no, sobre el aborto o el color de su falda. Tú no tienes ningún control sobre lo que una persona pueda pensar de ti, tanto si ese juicio se lo forma por lo que le han contado de ti como si ese juicio lo construye después de que te tomes una cerveza con Noelia. Si pretendes controlar lo que los demás piensan de ti estás loco, muy loco, tan loco y demasiado loco que empezarás a quebrar tu salud mental.
Y es por este motivo, pienso, por el que en Twitter es exagerado el número de usuarios que viven amargados. Definir amargado no es necesario. Connota como te dé la gana. Y no solo en Twitter, sino en la vida que aparece en cuanto sales del portal de tu casa; igual. Dimes y diretes, juicios y prejuicios, llantos y depresiones que se originan por destinar tanta “ram mental” a elucubrar y discernir lo que hay en los sesos de los demás. Vidas consumidas en cuchicheos y en pensamientos sobre el qué dirán. Si pudiéramos dejar de obsesionarnos con el hecho de que lo que pensamos es el sentido de todo, tal vez fuéramos capaces de…
La gente quiere desfacer los entuertos mentales que los demás se fabrican. Y se pasan los días maquinando, es decir, agotándose mentalmente en dilucidar y en entender por qué esa persona piensa o dice de él eso que no has dicho ni le has dicho. No depende de ti, tranquilo. Además, no podrás controlarlo. Sigue y vive en tu presente.
Abro mi cuaderno por el 28 de septiembre, donde apunté una cita extraída del comienzo de La familia de Pascual Duarte. Un fragmento que les leí a mis alumnos para explicar qué era un narrador. Me viene bien para esta entrada, y la rescato. Dice así: “Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse”.
Si bien el sentido de Cela estaba en diferenciar que hay tipos que vienen al mundo con todo resuelto y otros no, reinterpreto el texto y lo ajusto al fin que quiero: como las alimañas por defenderse, sufriendo un sol de pensamientos imaginados sin justicia, que destinan parte de sus días a ahogarse entre las ideas que producen otros sobre las ideas que tienen los demás. Y en esa aspiración por controlar, se introducen en el camino de los cardos y las chumberas. Solo de ellos depende pensar o dejar de pensar en el qué dirán. También dependerá de ellos permanecer como piedras o mofarse con cierto desparpajo de la ofensa, si es el caso. El humor siempre es inteligencia.
En definitiva, hay que optar por el camino mental de las flores, olvidando a las termitas mentales, los pensamientos que carcomen y nos entristecen al final de la mañana, de la tarde, de la noche. Nada traen. Descubres con la edad que el control mental está asociado al saber escuchar y sobre todo, a saber callar, al silencio. Quien calla controla. “Ecce quam bonum”, he aquí el que es bueno porque yo, señor, –y me lo digo a mí mismo–, no soy malo. No, no soy malo, pero tú piensa lo que te dé la gana.
Ni rire, ni plaurer, ni haïr, mais comprendre.
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Exacto, escuchar, en definitiva.
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