Glosa 4: Cada puta hile y coma

El último párrafo del artículo de Ignacio Echevarría del ‘El Cultural’ del 22 de mayo fotografía la situación literaria actual de una parte del negocio editorial: «Al final nadie escribe para sí mismo (…) Se trataría entonces de cobrar conciencia de para quién escribe, y para qué», refiriéndose a ti, escritor.

Un poco antes, hacia el noveno párrafo, avisa: «a lo mejor de lo que se trata es de no esperar a ese encargo explícito y empezar a escribir de una vez las novelas que nadie le ha pedido a uno».

¿Dónde se encuentra el panorama literario español? La creación literaria parece atenaceada, del verbo atenacear, que ahora me gusta más que atenazar: «Impedir el movimiento, la actividad o el desarrollo de algo». Está impedida, sometida como servidumbre «a las demandas y expectativas de la última moda o tendencia del público, de un editor, del jurado de un premio…», dice Echevarría. Y dice bien. Abunda la literatura consignada, dirigida y encargada y solo estamos a un soplo de convertir al escritor profesional –escribidor de obras de encargo– en negro editorial[1]. Estamos muy cerca de la anonimia literaria, a lo románico, eso sí, previo paso por caja, editor.

Echevarría entra con pies de plomo en su artículo. De ahí que cite pronto a escritores de prestigio literario que aceptaron encargos para escribir novelas: Cela, Benet, Pombo y Vázquez Montalbán. Ellos, como vacuna, justificación. Después de ellos, expone a Gopegui y a Isaac Rosa, que declara y lamenta que «igual que me piden artículos, me gustaría que me pidieran novelas». Haceos miel y os comerán las moscas. Bueno, y mierda.

Hoy es evidente el grado de mercantilización de la literatura, aunque no traiga al artículo ningún ejemplo. ¿Se imaginan? Esa mercantilización determina que una parte de escritores españoles, que no son negros, empiecen a sopesar la alineación ideológica, incluso, como un mal menor. Si puedo pagar hipotecas y comer lentejas… Un camuflaje temporal ¿a quién le puede venir mal durante una temporada?

No hay frescura en la literatura de nuestro país. Yo tampoco voy a dar ejemplos. No leo tantísimo, pero no estás ciego. Echevarría tampoco ofrece ejemplos contantes y sonantes, no concreta, pero nadie puede ocultar el dirigismo económico al que ha sido sometida nuestra literatura. Editores muy muy comerciales, modas pasajeras que determinan la publicación o no de un libro y jurados interesados en que cada puta hile y coma.


[1] Hay un libro maravilloso sobre la negritud editorial en Trama Editorial que recomiendo ahora: Escritor en la sombra, de Orlando de Rudder.

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