He salido al balcón de mi casa y no me he echado ningún cigarro porque llevo once años sin fumar. Casi doce: febrero de 2009. Además, mientras tomaba el fresco en el balcón de mi casa, que da a un patio de no sé qué siglo, he pensado que la causa de la crisis de migraña que tuve hace dos días tuvo su origen en la contabilidad que llevo de contagiados y muertos. Me he creído este pensamiento que ha aparecido al azar mientras estaba asomado al balcón de nuestro piso y al que le he dado rango de auctoritas. Así que he dado por finalizado el recuento, el puto recuento de contagiados y fallecidos.
Me he pasado media tarde pergeñando la reseña de un libro que terminé hace unos días. No sé si enviársela a algún medio para que me pagen por lo menos doscientos o trescientos euros. Mis reseñas valen eso o más, qué te creías. Lo que ocurre es que no pido dinero por ellas, ni por mis artículos y por ese motivo se quedan aquí, en mi blog. Cuando tú quieras algún contenido de esta web para tu periódico o revista, editor, solo tienes que ponerte en contacto conmigo, que yo aliviaré esa página. Y hablamos y contamos palabras. Eso sí lo hago gratis. Contar palabras siempre lo he hecho gratis.
Me ha costado escribir la reseña esta tarde. Sí, de eso doy fe. Una hora o así. O más, no sé. Llevaba mucho tiempo sin escribir reseñas y por eso he sangrado más de la cuenta. No ha quedado del todo redonda, pero yo solo soy perfeccionista cuando rezo. De hecho, para adquirir de nuevo el hábito de escritura de reseñas, he abierto una carpeta nueva en el ordenador. Allí las almacenaré por orden alfabético de autor. Tienen que aumentar y, desde luego, mejorar, ahora que soy mayor. Las reseñas que escriba a partir de este confinamiento las guardo en una carpeta que he titulado «Reseñas imprudentes», sin saber todavía muy bien por qué. La próxima será, o no será la del libro de Pardo Bazán, Insolación. Ya te dije que leí algo muy chulo sobre esta novelita de Emilia. Si gustas, pincha: «A favor del disfrute sexual femenino«.
Ah, mañana es Jueves Santo. De verdad. Estaré atento al YouTube de Silos porque algo hay. El monje que sale en el vídeo es el mismo que el del tercer párrafo de este artículo: 32 años y lo dejó todo. Todo es todo. Soy adicto a Silos y al espíritu benedictino. Cada día más. Y no sé cómo dejar de llenar ese silo espiritual.
A secas esto. Hoy a secas era esto. Tropo y número. Tropo 346: A secas.