Tropo 262: La fricción

Habías abierto el ordenador para actualizar un asunto laboral y te has entretenido veinte minutos en ir de aquí para allá, es decir, en ir a picotear, mariposear, vagabundear y perder el tiempo: has mirado un libro en Amazon, te has metido en el catálogo de la biblioteca pública, ha reventado parte de una planta petroquímica en Tarragona, la provincia de Cataluña con menos tendencia separatista, o eso decían a las seis de la mañana en la radio, que si tal, que si cual o cómo era eso de derrochar veinte minutos en internet. Piensas que también podías haber perdido el tiempo con el móvil, pero con el móvil hay enfoque, es como un embudo que te mantiene atento en lo que haces. Mariposeas menos. Por eso has cerrado el ordenador y por ese motivo estás escribiendo el tropo desde la aplicación, desde la maravillosísima aplicación de WordPress del móvil. Es el segundo tropo consecutivo que escribes desde ella, bueno, que transcribes. Tienes esbozadas en el cuaderno las ideas sobre las que querías entretenerte, pero lo escribes desde el móvil. Te cunde más, mucho más. En una página tienes las ideas escritas y en la opuesta el teléfono. Insisto, te cunde.

Estoy releyendo un librito curioso. Desde luego que el libro de Ryder Carroll en su página 147 es sugerente. Dice que «la tecnología siempre nos lleva hacia una existencia más lisa: cuanta menos fricción, mejor. Eso está muy bien cuando se trata de pedir una pizza a domicilio. No necesitas entender toda la milagrosa tecnología que permite que esa diosa cubierta de queso aparezca en tu puerta como de la nada. Sin embargo, la comodidad suele llegar a costa de la comprensión. Cuanto menos tiempo pases examinando cosas, menos sabrás de ellas. Cuando se trata de entender a qué dedicas tu vida, es importante frenar y tomarse un tiempo».

Y te convences. Cuando utilizas un cuaderno y un bolígrafo para organizar tus días y tus cosas añades fricción, y de esta manera reduces la velocidad, tomas distancia y sopesas, como señala Ryder Carroll, las tareas que te autoimpones. Él dice que se trata de un filtro automático, diseñado para compensar tu paciencia limitada. Y lleva razón.

Terminas pensando que es verdad, que por cada cosa a la que dices que sí, estás diciendo a otra que no. Si necesitas solo un cuaderno para ralentizar y enfocarte, prescindes de un artilugio como un portátil. No lo necesitas. Cada vez menos. Está claro y sabes ya qué entrará en casa cuando caduque ese portátil armatoste: una tableta con teclado, liviana, de encendido y apagado rápido, versátil, muy versátil, tan versátil como un cuaderno. Para no hartarse, para escribir sin solución de continuidad.

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