Tropo 238: El fregadero

Hay días en los que un fregadero de cocina quiere impedirte escribir un tropo, pero no lo consigue. Quiere impedirte, incluso, que empieces las vacaciones de Navidad como debías, pero no lo consigue. Después de algunas horas lo hemos conseguido. Y escribo lo hemos conseguido porque recordé al Arquímedes de 2.º de BUP. Era verdad eso de que la presión que ejercía una columna de agua era mucha presión, mucha, mucha presión. Y así, entre Arquímedes, R, R, la manguera del patio y la varilla espiral de cinco metros que he introducido por las tuberías, la del fregadero y la del lavavajillas, hemos conseguido a media tarde escuchar la sinfonía que teníamos que escuchar: la sinfonía del “Efecto Coriolis”. Qué paz. Subes y bajas el monomando del grifo para escuchar cómo se va el agua, presta, rauda, a la velocidad adecuada. Sonríes, pero adviertes: ¡el próximo que eche miguitas de pan en el fregadero las quita lamiéndolas! Surte efecto, Arquímedes surtió efecto.

Así que, ahora, he podido prepararme un café, abrir el ordenador -¡hacía cinco días que no lo encendía!- y transcribir y escribir estas letras, que como todas estas letras, me salvan el día. Porque a mí me salvan el día pocas cosas: la lectura, la escritura y el silencio de una iglesia o el enfrentamiento con un sagrario. Pocas cosas, siempre pocas cosas, ¿o qué te creías, que detrás de tu coche fúnebre va a ir un camión de mudanzas?

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