Tengo IG. IG es Instagram. Ayer, después de terminar un comentario sintáctico de un fragmento de Vetusta, del Oviedo viejo y anquilosado, del Oviedo de Clarín y La Regenta, subí una foto al estado de mi historia de IG con mi victoria. Creo que resultó, o por lo menos descifré y revelé la íntima relación –descubrí el pastel—que existía entre la superabundancia de adjetivos (hasta cinco en una misma línea) y la profusión de oraciones de relativo con antecedente expreso, como ya las llama la NGLE (Nueva Gramática de la Lengua Española).
Subí, decía, la foto a mi estado de IG no sé con qué fin, y menos con qué intención, pero la subí. En realidad, IG te quita años y para mí, que voy camino de los cincuenta, es un consuelo. Te consuela que te sigan alumnos. No sabes muy bien por qué, aunque debe estar guay y chulo seguir a tu profesor de Lengua Castellana y Literatura. Digo yo. Yo sigo en IG a quien me da la gana, les digo, y les advierto, además, que no sigo cuentas privadas de alumnos, entre otros motivos porque soy muy escrupuloso con la privacidad ajena. Con la mía, ya ven. Así que si no tienes la cuenta abierta, querido alumno, olvida que te siga tu profesor de Lengua.
Pero a lo que iba, que me enreda la recursividad. Decía que, después de subir esa foto a mi estado, la que encabeza el tropo, un amigo poeta, colega de trabajo, también profesor de Lengua Castellana y Literatura, me decía por privado:
“Para mí, lo mejor de nuestra asignatura”.
Le daba la razón. Y se la daba porque le contesté que sí, J, que para mí también lo era. Le contesté:
“Sí, yo me divierto en la pizarra con ella. Siempre es sorpresiva para los alumnos. No hay cosa que los mantenga más atentos, como comprobando por dónde se mete la hormiga en el hormiguero. Es gracioso”.
No sé ahora si lo que acabo de escribir es mentira. ¿Qué diferencia tendría con la realidad? La verosimilitud. Por ese motivo el texto de Clarín era verosímil, pero en otro orden, en otro estado y nivel, en otro estrato. Porque el fragmento que analicé sintácticamente era, en realidad, un conjunto de piezas de Lego que conseguí ensamblar con la morfología que ofrecía el fragmento. Y a mi edad, aún, estas victorias me siguen fascinando. No hay literatura sin uso adecuado de la lengua, y para ello, conocerla, te da ventaja. Demasiada ventaja.
Otro tropo más. A este ritmo, no abandono. Pero es que no quiero abandonar. Con un folio y un Bic en el bolsillo es imposible abandonar. No, no voy a abandonar. Mira el ejercicio de hoy. Esclaramundo susurra que mañana más:
