Esclaramundo Bendaño es un hombre que dejó de escribir. Superó la etapa bartlebyana, pero reconoció que, como escribir consistía en hacer brillar la inteligencia sobre un papel, él no tenía nada que hacer. Aseguraba que no era tan inteligente. De hecho, siempre que sacaba el tema en la barra del Bar Ballester, entre cerveza y café, entre copa y cigarro, aprovechaba para excusarse diciendo que lo de la inteligencia era algo rotundo. Me cogía de vez en cuando del brazo con fuerza, me acercaba a él y me decía: «Mira, Bernardo, la gente que escribe novelas es gente inteligente, más inteligente que el resto». Se callaba de repente, se echaba una mano a la bragueta y te dejaba solo en la barra, mientras él se dirigía al servicio.
Y qué equivocado está Esclaramundo.
La gente que escribe novelas es idiota. La gentecilla (porque son muchos menos) que las domina, los maestros queseros de la novela, esos sí son inteligentísimos.
Pero como ya sabemos, la manufactura superó a la artesanía.
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