Tecleo sobre un folio sucio en cuyo reverso hay escrita una cita de Nicolás Gómez Dávila que utilicé para encabezar un comentario de texto teatral. La cita es tan buena que, si fuese un modernete sin amplias miras de futuro, me la tatuaría sin pensármelo dos veces. Dice así:
“Las almas que no son teatro de conflictos son escenarios vacíos”.
Nicolás Gómez Dávila en Escolios
Supérala.
Enseguida recordé a Lorca. Seguro que tú también, A. Cuánto conflicto arranca Lorca de la vida diaria de las personas, y de los gitanos, y de las mujeres yermas y las mujeres cornudas. De todo extrae Lorca un sentido más humano, apegado a la sangre y a las venas cortadas al amanecer. De la vida, que es la definitiva maestra, pero que te enseña cuando mezclas en el recipiente del cóctel las esencias y los humores, esos líquidos y humos que decían los antiguos que teníamos adentro, muy dentro de las entrañas y del seso.
Federico es el personaje, en realidad. El personaje que vive entre las aceras de la vida, pero que se marchó y regresó de Nueva York para morir en una cuneta, o eso te han contado, pero que, pero que qué, digo yo.
Estos tropos, estos tropitos tan líricos me producen asco, no me gustan, pero que qué. Estos tropos sin personajes son absurdos, como muchos de los anteriores. La mayoría de las entradas de muchos blogs son verborreas diarreicas de este tipo, como la que acabo de producir en la Olympia, o la que estoy produciendo antes de irme a la ducha, cenar con mis H e irme a la cama para mañana empezar otra vez.
Si quieres sorprender, tenlo claro, invéntate un Holden, por ejemplo, o un Efrén de tez morena que sorprenda a Silvia en la caja de un Mercadona, o haz que se enamore de la mujer del tío del carrito, el gordo. Reside todo en el conflicto, y en la sangre. Lo escribía Federico, otro Federico, y en los caballos. Que no se os olviden los caballos en las narraciones que parís en París. Pero insisto, estos tropitos adolescentes tienen que tener los días contados porque ni a autoficción, esa palabra maldita para Mora, llegan.
Hoy, en un alarde de realidad, le he puesto un parte de mala conducta a la gitana del otro día. Si no es a la entrada, siempre a la salida. En mis carnes la sufrí, pero recuerden, un aula no es el salón de tu casa, ni el patio particular, ni el Pub y menos el bar de tu padre. Tampoco el salón, ni una era donde sacas el perro a cagar, no, ni nada que se le parezca. Un aula siempre será un aula, nunca un escenario vacío.
El maestro habla del maestro.
Hoy es un tropo feliz.
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