Ayer, en realidad, estuve cuatro horas en la biblioteca. Una con un primero de ESO. Otra con un tercero de ESO y por la tarde dos, con mi hijo, en la sala infantil de la pública de Jaén.
Entre los objetivos diarios que me propongo al entrar en un aula están que mis alumnos cacen algunas palabras nuevas para su granero léxico. Es un objetivo que cada día persigo con más “finura”, si se me permite el entrecomillado. Estoy convencido, como ya expuse aquí, que la brecha social no es tal, sino que en realidad es una brecha lingüística. Por eso es tan importante la lectura y el estudio, únicos medios consistentes para la adquisición de léxico, palabras que darán cuerpo a las ideas que los alumnos tienen dentro.
Ayer, aunque ya no me sorprendo de nada, comprobé de nuevo el sufrimiento que se les agarra en la cabeza cuando digo, por ejemplo: “dime con tus palabras qué quiere decir…”. Lo pasan mal. No saben definir “junto”, ni “despacio”, ni casi cualquier palabra. Es triste comprobar cómo ningún profesor hace tiempo les ha dicho que aprender requiere esfuerzo, y que ese aprender puede ser placentero, pero sin trabajo, que se flipen.
Me lo he propuesto: que rebosen de palabras nuevas, de flores vistosas en su jardín, de oxígeno para decir, ¡qué bien se está en el saber!
Foto: IG @labnf