Harto de experimentos pedagógicos. No voy a convertir mi aula en un circo, sino en un sitio donde la palabra brille, en sus bocas y en la pizarra; donde el razonamiento apoyado en la memoria deslumbre y donde el conocimiento del profesor sea transmitido a los alumnos. Hoy algunos profesores se dedican a los juegos artificiales. Suplen su falta, no de formación, sino de cultura. Se venden puertas hacia fuera y resultan ridículos; y al alumno, que lo atienda el Espíritu Santo. Yo pienso al revés. El profesor ha de volcarse en el alumno, solo hacia el alumno, sin esperar ni aplauso ni mira qué influencer soy. Por eso, en un hueco me haré con Devaluación continua, de Andreu Navarra y Cuaderno de un profesor, de Alberto Royo. Ya está bien, payaso.
Hombre, finalmente alguien lo dice.
Desde el pupitre es comer azúcar, y más azúcar, y al final parece que es una tienda de chucherías en vez de un restaurante. Claro, a los de paladar adicto, ¿qué va a molestarles? Es más fácil de degustar.
Y luego claro, los de la Revolución permanente, que ni viendo que controlan el cotarro con sus juegos y acertijos, se quejan una y otra vez de que sus vaivenes deberían ser tomados en serio, por ejemplo, con cuatro o cinco ceros más.
La paradoja de la educación pública española. Adolescentes dando clase a adolescentes. Resultado: no habrá adultos.
Jajajajajaja, y luego a dar 6 temarios de 12-14
unidades, con tiovivos e historias entremedias. Qué raro que no salgan Nobel aquí, quizás porque realmente no se les enseña, y tampoco aprenden.
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¡Brillante!
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