Fíjate en la madre. Mira a la madre. Sonríe, cuida y disfruta “en el otro”. Su postura revela cierta abnegación. Sí, sin duda. Cómo no, la niña se siente atraída por la piscina. Huye. Pero fíjate otra vez en la madre: se emboba viendo a su hija. Es decir, se queda alelada mirando a su hija. Y así la protege. Bueno, la sobreprotege. El “sobreprotege” queda expresado en las dos gotas de crema protectora que le rebosan de la mano. Dos gotas de crema son, hoy, el tropo. Su embobamiento desvela la sobreprotección de una madre hacia su hija. Muestra, si extrapolas bien, la sobreprotección que soportan los niños del primer mundo frente a los que, arrojados desde una patera, chapotean a la fuerza en las aguas de nuestro mar. ¿Por qué los brazos de la niña no proyectan una sombra en forma de cruz? Porque todo niño es un ángel y los ángeles ya descansan en paz.

