Pareces un niño cuando sales de la biblioteca con un libro de la sección infantil y tu hijo de once con un cómic de Tintín. Comes, te echas una siesta de catorce minutos y haces café. Antes de que la cafetera silbe te lees medio cómic, Los cigarros del faraón. Te sirves el café, buscas sitio en tu rincón de lectura y terminas el cómic. Te levantas, dejas la taza en la cocina y te tumbas en la cama (de tu hijo) con La isla del Dr. Moreau. Llevabas años sin hacer esto, sumergirte en tus infancias durante toda la tarde. Es agosto. Casi acabas el libro, meriendas con tus hijos y les recomiendas el libro de H. G. Wells. Ilustras, pero no les desvelas el final. Te prometes intercalar con más frecuencia literatura clasificada para niños entre tus lecturas, aunque piensas que no hay literatura para niños, ni literatura para jóvenes ni literatura para viejas. Hay literatura, bueno, Literatura. La isla del Dr. Moreau es un libro gozoso, de verdad, animado, extraño por su argumento, ¡anda que la trama!, ¡viva la vivisección! Te ancla a sus páginas sin que te des cuenta de que se te ha pasado la tarde y que está anocheciendo. Te prometes no ver la película, o las varias películas que se han hecho sobre él. ¡Cómo he disfrutado con esta aventura! Se lo recomendaré a mis alumnos de tercero y cuarto de ESO, incluso a los listos de primero de bachillerato. Ya, es que solo recomiendo libros que he leído. Es una de mis máximas. La sigues a rajatabla. No recomiendes libros que no te hayas leído, haz el favor, por favor. Ni hagas listas de libros para tus alumnos. Eso es atentar contra la curiosidad, es dinamitar la posibilidad de que un alumno descubra la literatura. No sigas alimentando la fobia hacia la lectura de esa manera. Lee y recomienda. Y deja que E sople donde le dé la gana. Lee más y recomienda más; recomiéndalo solo si te lo has leído y te ha gustado. No jodas la cadena, ni a mi chica, la Literatura.
