Hoy, mientras te relajabas, has pinchado un programa de Mercedes Menchero: Música y Pensamiento. El programa fue emitido en febrero, pero el podcast es un gran invento. Hablaba de la confianza y la sospecha y claro, han invitado a Montalbano. Si cuando te has puesto a escribir has traído estos datos para el tropo ha sido porque hay algo que ha dicho Mercedes que te ha llamado la atención. Y va sobre la escritura, esa obsesión. Mercedes contaba casi al final que Camilleri, a pesar de sus noventa años, se levantaba todos los días temprano y enseguida se ponía a escribir -en este caso a dictar porque no podía ver ya suficiente-. Comentaba que eso era un oficio, sentarse delante de una página en blanco, saliese o no saliese nada. Y seguir haciéndolo con noventa años. Recuerdas de inmediato a Philip Roth que venía a decir que su trabajo era sentarse en una silla frente a una mesa con una página y una pared para escribir, en ocasiones, y después de una mañana, un solo párrafo. Oficio. Horas, claro.
Y estás escribiendo esto porque comparas y sobre todo porque te preguntas por las horas que pasan algunos escritores en las redes sociales, que qué hacen escribiendo sin parar ahí, qué hacen que no están manchándose de tinta en un escritorio frente a una pared, qué escritura puede producir alguien tan al día de tantas gilipolleces. Qué prosa podría destilarse de una cabeza tan expuesta a esa ventolera, qué prosa de plástico, qué ficción tan chunga…
Tú, mientras, te has marcado el objetivo de reducir tu presencia en las redes al mínimo. Al mínimo es al mínimo. Murr, además, me decía hoy: “Cuando supe leer, y me llené cada día más de pensamientos ajenos, sentí el impulso irresistible de arrancar al pasado mis propios pensamientos, tal como los alumbraba el genio que habitaba en mí, y eso incluía en todo caso el arte, naturalmente muy difícil, de la escritura”.