“Cada cuartilla ha de ser como si fuese la última que vayas a escribir”. Si este tropo fuese el último que escribiera, el último que supiera que iba a escribir, destinaría lo que resta del día para pulirlo, pero destinar tanto tiempo a tan pocas letras no sería, déjame escribirlo, muy ético. La frase y la cita está extraída de la entrevista que una filóloga le hace a Trapiello en la “Revista Ínsula” número 809. Esa cita lleva a otra donde Trapiello afirma que “con la familia ocurre exactamente lo mismo. Hemos de hacer de cada minuto algo que pudiéramos volver a vivir, igual dentro de mil años. Quisimos formar una familia. Los libros y los hijos crecieron juntos. Y unos y otros son un poco de nosotros cuatro, de mi mujer, de mis hijos, míos. Recuerdo que un día me quejaba a Carlos Pujol: mis hijos no me dejaban escribir. Y entonces él, que con cuatro hijos estaba escribiendo unos libros maravillosos, me dijo: ‘Tienes que escribir en cualquier parte, en cualquier circunstancia, favorable o adversa. Si no puedes, déjalo, porque no vas a encontrar nunca las circunstancias óptimas; no existen’”.
Atrapas el asunto y el título del tropo. Las circunstancias óptimas para escribir no existen como tampoco las óptimas para leer. Hoy, para ambas actividades necesitas hacerte violencia, ser un “esforzado” que luche contra las condiciones sociales que te rodean: hijos, mujer, ruidos, mente inquieta, imaginación, tareas de cien naturalezas, redes sociales, normas sociales, compromisos, en definitiva, el decorado de “las circunstancias óptimas no existen” porque es un decorado hebén, inane, embeleco… Queda demostrado que las circunstancias óptimas para escribir y para leer no existen. Por eso te acompaña siempre un cuaderno y un libro, por eso exprimes esos quince minutos que te encuentras para pensar en la sintaxis de una frase, o en el tema del tropo de hoy, o en el tema del teatro que estás estudiando y aprovechas para poner por escrito dos ideas chulas. Porque así es como te has demostrado que algo de lo que pretendes contigo se encarna de alguna manera en tu escritura, casi al instante. Necesitas aislar la mente, y por eso paseas. Necesitas persuadirte para disuadirte de que estás rodeado de ocupaciones etéreas, frusleras y fútiles. Y sabiéndolo, así, de este modo, te lanzas a buscar la dirección adecuartilla, obviando, siempre que puedes y te dejan, el parto de los montes.
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