Ana (Nadal Jové) le pregunta a Andrés (García Trapiello) que qué es eso del estilo y la naturalidad. La naturalidad en la escritura, la escritura natural, la que mejor entra, esa con la que se demuestra que se sabe escribir, pero saber, saber escribir, tal y como escribe él, Andrés.
Andrés no se va por las ramas. Y le suelta a Ana la primera: “España es un país barroco”. Lo sabías. Las apariencias, el postureo, mostrar más de lo que se es, la ínfula Barataria, la res farfollis y los exudados pedantes. Y para que te lo creas, dice que te esperes, que va a llamar a Gaya por teléfono. Llama delante de Ana, Andrés pregunta y Gaya le contesta, casi gritando: “El barroco es lo que sobra”. ¡Tira el cartón piedra!, le dice Andrés a Ana por lo bajini. Cuelga, mira a Ana, y le espeta que se imagine a Cervantes montado en un caballo, Rocinante, por ejemplo: busca la naturalidad, Ana.
Naturalidad, bien. Andrés le cuenta de quién recibió el mejor consejo para escribir. Cuenta que el primero fue de Miguel y el segundo de Juan Ramón. Así que si quieres ser natural escribiendo, Ana, no te compliques: “Lo que se sabe sentir se sabe decir”. Esto no te lo enseñan en ninguna de las escuelas de escritura dispersas por los rincones barrocos de España. Escuelas donde, a cambio de euros, de qué si no, te llenan el ego y te lo dejan ¡al dente! para que te lo creas. No creo en ellas –ahora habla un segundo narrador, yo mismo, B. M. Montero—, como estoy demostrando. Solo creo en algunas escuelas americanas, y universitarias, sobre todo. ¿Y si te cuento que me hubiese gustado estar en las aulas del edificio Williams y Stevenson donde impartía clases DFW? ¿Cómo te quedas? Sí, claro, en esas sí. O donde impartía clases William H. Gass. En esas también. En España debieran hacer universitarias las enseñanzas de escritura creativa porque por la vía que vamos… Pero eso sí, con profesores que derrochen naturalidad. Impostar es de feos. Otro día tiro de este hilo.
Además, para escribir bien tienes que enamorarte. En esas escuelas de escritura no te enseñan a enamorarte. Por eso es difícil que aprendas a escribir. Todo consiste en “mirar ahí”. Repite conmigo. Escribir es solo eso: “mirar ahí”. Y a partir de ahí, contar, aprender a contar lo que sientes.
El segundo consejo que te doy, Ana, es un consejo de JRJ. JRJ es Juan Ramón Jiménez. Y JRJ va al grano, no te lía, no busca el reboce. Barroco será tu padre. JRJ es intelijencia. Y así, por eso, te la suelta sin miramientos –apunta—: “Quien escribe como se habla irá más lejos y será más hablado, en lo porvenir, que quien escribe como se escribe”. ¿Qué quiere decir esto? Pues es muy sencillo: “¿Qué pensarías de una persona que se acercase a nosotros y empezara a hablarnos así: ‘Empero, ayer vi a Fulano en la alameda, el cual me dijo’?”. No lo digas.
Acabo con un argumento de experiencia, el que despliega Andrés en ese párrafo de la entrevista, que es el argumento que hace que me plantee leer los veintitantos tomos del Spp (Salón de los pasos perdidos): “Tú me preguntas que cuántas veces escribo una frase hasta que me parece natural. Te puedo decir cuántas veces escribo cualquiera de los tomos del Spp. Lo corrijo entre seis y ocho veces; a veces han sido tomos de 800 páginas, solamente con leerlo cuatro veces son 3200 páginas. Bueno, pero eso da igual. Lo importante en todo caso es que las 800 se le hagan cortas a alguien con sus tropiezos, repeticiones y demás… El tono. Casi todo está en el tono, me parece. Con el tono adecuado puede alguien contarnos lo que quiera. Ni demasiado alto, que te ponga de los nervios, ni demasiado bajo, que te duerma”.
Prosigo con la entrevista, que me la he dejado a medias para escribir este tropo. Eso sí, muchas gracias por ella, Ana (Nadal Jové); encantadísimo, guapa.
Vínculo del tropo: Entrevista de Ana Nadal Jové a Andrés G. Trapiello.
Clases de escritura creativa en España el horror El horror Si las dieran los que saben sí pero habría cuatro nada más y para los que se apuntarían si los profesores zurran dialécticamente sobran y seguro que después las cátedras y los puestos se los darían a los que priman a los fariseos con pluma a los que Javier Avilés define muy bien a los mediocres.
Y con mediocres en esas clases tenemos una América Española Barroca que perpetúa la mediocridad literaria española
Oiga pero todo así suelto, dialogado
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