Escribe, pero describe. Cuenta sin argumenta. Microtramas, retratos de la España del primerizo siglo veinte. Anticlerical Solana, muy anticlerical, un jocoso anticlerical, con escudo antifrailes y antimonjas. De clerófobo lo tilda Trapiello en el prólogo. Divertido a pesar de ser negro y muy negra la España que retrata. Hay rotundidad en las oraciones, parecen esquirlas que saltan tras tallar con su mirar así, aplicando el estique sobre la piedra de lo que hay. De lo que hay. Prostitutas, ganapanes, zapateros y pescadores, clérigos, curas y monjas; romeros y embarazadas, mujeres muchas. Pero clerófobo, insistimos. Así Torquemada era un pájaro que rezaba de rodillas para ganarse la gloria, «después de haber mandado quemar a tantos infelices dementes de la Inquisición».
Pueblos, costumbres y toros. «En los días de corrida el espectáculo era más brutal: los que volvían a pie venían cantando, con las botas de vino ya vacías y las cestas de la merienda, con banderillas en las manos, arrancadas por su mano del toro al tirarse al redondel al terminar la corrida, y los más borrachos vomitaban donde podían, y los pendencieros se metían con algún tranquilo transeúnte y alguna pobre mujer embarazada, a la que le daban un susto».
Un susto a las mujeres embarazadas con unas banderillas es jugo de mi imaginación. La fuerza de la sangre, en definitiva. La fuerza oscura y generosa que recorre las arterias del pueblo español, pero el pueblo que vive en la más miseria, en las calles, el pueblo que es capaz de engañar a un ciego para comer más uvas que él. Ese pueblo, ese pueblo de hace un siglo.
Un libro con mucho sabor, con un sabor de lo español que es característico y auténtico, tan de idiosincrasia española, de idiosincrasia térrea y negra.