Pasar más hambre que un piojo es siempre una comparación que extraña y cuando algo te extraña cuando lo lees y cuando lo relees y cuando te sigue extrañando, llámalo cuando quieras literatura. Algún ruso, formal y con corbata te decía eso, si te extraña, literatura; si no te extraña, tíralo o recíclalo. Cervantes supo idear un prototipo; Galdós no, por ejemplo. Lo escribe Trapiello en la página 21 de Clásicos de traje gris. Galdós, por el contrario, caló muchos ambientes, como ese de los funcionarios de su época y que Trapiello vuelve a rescatar, la nota, digo: “Alcanzar la categoría de funcionario iba parejo, como se sabe, con el derecho adquirido del absentismo laboral”. Y por ese motivo, en ese Madrid de la época florecieron los cafés, casinos, círculos cívico-recreativos, amantes y demás enseres.
No he leído nada de Darío de Regoyos, pero se dice de él que descubrió un epitafio en un cementerio andaluz que rezaba: “El polvo yace aquí de mi querida, que lo tuvo magnífico en su vida”. Andalucía. De Azorín apunté en una nota «leer De un transeúnte«. Azorín, ese “hombre del tiempo pasado, con aspecto de señor de casino de pueblo, pocas rentas y muchas tardes para dedicar a la lectura”. Pero de todos, el que más me ha gustado, porque redimirá mi estilo y mi visión de lo que me rodea es Solana, que me aconseja nada más empezar La España negra: “Pero te veo muy mal; tu salud está muy resentida; cada día bebes más vino, más cerveza, más alcoholes y fumas más, y el día menos pensado haces crac, como una bota vieja; en fin, tú verás; lo mejor que puedes hacer es acostarte temprano y cuidarte”. Y cuidarte.