Has llegado a una conclusión domingo-vespertina. Crees que pierdes el tiempo, la energía y la concentración –hoy la llaman «enfoque»–, si te aventuras a leer cinco libros simultáneamente. Concluyes, cuando llegas a ese estado en algún momento del año –en vacaciones es más fácil que me/te suceda–, que es una tontería hacerlo así, leer así, un defecto de fábrica. No merece la pena atomizar la lectura, vaporizar tu seso –mira que te gusta esa palabra– con un poco de aquí y otro poco de allá. Tu conciencia moral y literaria, además, te lo susurra, que es como escuchas esas voces dentro de tu… cabeza: «¡deja de pecar, goloso lector!». El placer ha de ser otro. El placer tiene que ser empezar el Quijote el lunes y acabarlo el domingo. Visitar la biblioteca un miércoles, sacar lo último de Veremundo Folache y entregarlo dos días después. Eso es el placer. La no dispersión es el placer, el chorroenfoque es el método para leer más y mejor los libros que decides leer. Además, se establece un criterio de selección más exigente: depuras mejor tus lecturas. Así que hoy lo tienes claro, aunque eres imperfecto; también en tus decisiones, pero hoy toca perfeccionar el algoritmo. Es domingo, día del Señor; aspiremos a una mota de perfección. Por eso, desde hoy, vuelves a retarte con un mandamiento: no leerás ni tomarás más de dos libros a la vez. Desde hoy enfrentarás a los candidatos. De esta manera, dejarás de mezclar notas de lectura y destinarás un papel para cada libro, escribirás con más precisión las ideas y los pensamientos que surjan de la lectura. Cuando reduzcas el número actual de libros en curso (5), no habrá más libros en curso, estarás con el libro; ¡chorroconcéntrate! Se trata, en definitiva, y permítanle al niño la comparación, de nominalizar el proceso de lectura, de esencializarlo, de buscar gozo y sabiduría, de apagar la sed bebiendo de un caño y no de cinco a la vez; si no lo haces, sabes que seguirás mojándote y no te quedará más opción que quitarte los chorreones de agua y sabiduría con la mano, como quienes se limpian la boca y la cara después de atiborrarse en un festín medieval. ¡Vaya paradoja!, que es un tropo.
