Hay algo de lascivo encontrar el enunciado del título del libro que lees entre sus páginas. Lascivo, eso sí, en su significado más juguetón. Hoy ha vuelto a suceder. Estoy leyendo Un paraguas para este día, de Wilhelm Genazino. Desconozco los criterios que utilizan los escritores, primero, y los editores, después, para titular libros, aunque intuyo que buscarán el sentido del “pan-” para que el título sea capaz de englobar el contenido de la obra. Llevaba tiempo sin encontrar “pan-” entre los títulos y hoy, al fin, he dado con un título “pan-”; o por lo menos un título para las ciento treinta y siete páginas que llevo leídas. Ahora, lo que de verdad siento es que no tengan entre sus manos esta pequeña obra de arte literario. Desde hoy me fiaré, más si cabe, del criterio literario de quien me ha descubierto a Genazino. Es, no lo dudo, una joyita literaria. Juzguen este fragmento:
“La señora Balkhausen me pregunta tímidamente a qué me dedico. La pregunta me fastidia ligeramente porque me recuerda que, ni siquiera en una noche como esta, mi vida existe porque yo haya dado mi consentimiento. Pero consigo olvidar mi disgusto y le respondo, ligeramente borracho, que dirijo un instituto dedicado al arte de la memoria y las vivencias.
–¡Oh! –dice la señora Balkhausen—, ¡qué interesante!
Llenó la copa de la señora Balkhausen. Inmediatamente me arrepiento de haber dicho esta tontería, pero la señora Balkhausen ya está preguntándome qué tipo de gente acude a mi instituto.
–Son personas –le respondo con cierta inseguridad pero al mismo tiempo con un tono de lo más rutinario— que tienen la sensación de que su vida se ha convertido en un único y eterno día lluvioso, y que su cuerpo no es más que el paraguas para ese día”.