Llevaba razón Echevarría en El Cultural dedicado a Whitman cuando afirmaba sobre Genazino “Busquen, háganse el favor, allá donde los encuentren –difícilmente en librerías, me temo—, El amor a la simplicidad (Grijalbo Mondadori, 1993), Mujeres cantando suavemente (Bassarai, 2003) y, ya todos en Galaxia Gutenberg, Un paraguas para este día (2002), Una mujer, una casa, una novela (2004), Desvarío amoroso (2006) y Un poco de nostalgia (2008) […] Verán qué dicha. Si pueden, empiecen por Un paraguas para este día o Una mujer, una casa, una novela.
Después de situar a Genazino ahí, en el Olimpo, no tuve más remedio que descubrir cuántos de esos títulos había en la biblioteca pública. Creo que hasta tuiteé algo. Así, de todos los que cita, solo guardaban en el depósito con la signatura DP-51217 el primero, Un paraguas para este día. El viernes me lo prestaron.
¿Qué he encontrado en Genazino? Llevo, cuando escribo este tropo, treinta y cuatro páginas. Además de la dicha con que nos gritaba Echevarría, he encontrado ¡por fin! (y qué gustazo) un verdadero narrador en primera persona que no se identifica en ningún momento con su autor. Queda tan bien deslindado… No me lo nieguen: ¡qué difícil es encontrarlo hoy! Así desplegado, el narrador me hace delicias de literatura. Delicias de la realidad más anodina: cómo dos adolescentes escupen sobre algunos carteles y se recrean en ver cómo caen las babas; cómo admites la ansiedad cuando una mujer, que aparece de repente en el relato, desconocida no solo para el lector, sino para el protagonista, pide a un niño que le guarde una maleta mientras ella… mientras ella ¿qué? ¿Dónde demonios se mete esa mujer? ¿Por qué no regresa pronto a por la maleta que le ha dejado a un niño de apenas unos años? ¿Qué confianza es esa? ¡Quiero entrar dentro del relato, buscarla, encontrarla y hacer de padre del niño! Qué desesperación. Cuando reaparece tres páginas después, qué descanso; o cómo llegar a casa puede ser la forma más natural y rotunda de advertir lo rápido que pasa el tiempo cuando ves las venas de los pies hinchadas, “los huesos salidos y esas uñas cada vez más duras que van adquiriendo un color amarillo azufre característico de la gente ya no tan joven. ¡Ya no tan joven! En realidad esta retórica absurda solamente me viene a la cabeza para intentar diluir el espanto que me provocan las uñas de los pies”.
Sigue la dicha. Hay mucha frescura en Genazino. ¿Qué es eso de la frescura? Calificar un texto como fresco es oponerlo a pesado, plomo, duro y oscuro. La frescura rebosa por los motivos que Genazino elige para componer, no solo la realidad cotidiana del protagonista, –insito, la realidad del que narra—, sino la realidad de la naturaleza de los pensamientos del protagonista. Por esto, la prosa de Genazino es muy atractiva. No será la última novela que lea de este autor. La frescura, los detalles de la conciencia, los juicios que se presentan en el relato como bifurcaciones que ha de tomar el protagonista enriquecen de un modo exuberante la realidad inventada y deleita con muchísimo agrado, nuestra imaginación y nuestra conciencia. Hay tanta profundidad en lo que nos presenta como cotidiano que llevo treinta y cuatro páginas y ya me he mirado las uñas de los pies cinco veces. Qué espanto.
Fresca prosa, sin duda. E interesante.
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Reblumificación.
Algo mágico tiene que tener, sí. Geologizo su nombre.
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