Que la máquina de escribir contenga siempre un folio en blanco preparado para ser escrito. Ayer terminé Examen final, de José María Pérez Álvarez. Le di un 5 en GoodReads.
11.12 h y estoy tomando un café en casa. Es la hora del recreo. Nada perturba mi paz -por el momento-. Café, escritura y pensamiento, aunque lo que mane no sea más que mecanorrea, o graforrea, como escribe Pérez Álvarez. De 10 a 11 he estado preparando una clase de bachillerato, de Cervantes concretamente. Hay un punto en la existencia en que el hombre se tira a la escritura, es decir, que dedica todas sus fuerzas y esfuerzos a trabajar de escritor, coma o pase hambre. Incluso cautivo, como Cervantes.
La escritura queda determinada, en toda medida, por lo enunciado y escrito, porque lo enunciado y escrito, para ser escritura con tuétano, demanda una concreción, una sustancia recursiva de la que se desprenda algo con sentido.
Recuerdo ahora una cita de Thoreau que les leí a mis alumnos de Literatura Universal el otro día, que incluso envié por WhatsApp a otro que tuve el año pasado:
Los hombres dicen que saben muchas cosas;
Pero mirad, han tomado alas:
Las artes y las ciencias,
Y mil accesorios;
El viento que sopla
Es cuanto llegan a conocer.
Lo que ahora no sé es qué sucedería si en vez de la primera persona utilizases, por ejemplo, –te pongo en segunda–, la tercera. En realidad la literatura es fácil, basta con cambiar número de persona, repartir papeles y abrir la imaginación. Otro asunto es si lo que surge sirve para el tiempo en el que surge.
Hoy he pensado –sigo en primera—, que si Kafka hubiese vivido en estos tiempos, solo escribiría en un blog, como hacía, y de qué manera, el autor de un blog que me descubrió Vila-Matas. Ahora, la editorial Pepitas, lo ha editado, o está en proceso. Si quieren saber cuál es tecleen en el buscador “paraguas en llamas Vila Matas” y el primer resultado que les ofrecen es una entrada a la web, perdón, al blog de Vila-Matas donde lo explica todo. Kafka escribiría en un blog. ¿Lo dudas? Como Jordi Mestre.
Hoy, a pesar de todo, le han dado una mala noticia. Ya es tercera persona. Escribir “ Ya es tercera persona” es como decir que “Ya es de día”. Acaba de empezar a narrar en tercera persona. Es bien sencillo. Es bien fácil. Acaban de comunicarle que lo echan durante el mes de junio del trabajo. Pero no acaban de comunicárselo, sino que esta mañana le han comentado que no cuentan con él a partir del lunes por motivos ajenos a su quehacer y labor profesional. Que de él no depende nada. Por tanto, si él es inteligente y ha leído a Epicteto, es el momento de practicar lo que la teoría epictetiana le sugiera: «lo que no dependa de ti, ni caso». Así, entonces, mejor, mucho mejor. Decía Kavafis, también egipcio además de griego, que:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues –¡con qué placer y alegría!—
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.
El viento de Walden, querido Kavafis, es el que nos lleva a Ítaca.