Me lo encontré de frente: “Viajes célinescos al núcleo de la noche tenebrosa”. Seguía así: “descensos a los infiernos de los que retornaba con la amargura en los labios, con los estigmas del ángel caído en las alas, con la fiebre innextinguible en los ojos, tal como escribe san Agustín: Amor, que siempre ardes y nunca te consumes”. Me chirriaba esa tilde sobresdrújula, pero Luis Fernando era Luis Fernando, un antisemita, chirrían las malas lenguas. No tenía el móvil cerca y no tenía, entonces, la aplicación de la RAE, pero supe a la primera que el DRAE no me iba a solucionar nada por lo que recurrí a María, la Moliner de papel. Busqué, pero en el sitio donde debía encontrar “célinesco” aparecía “cellenco”. ¿Cellenco? ¿Qué era cellenco? Me llevé el tomo a la cama, donde estaba leyendo y me puse de rodillas apostado sobre el colchón -leo así con el buen tiempo- y escribí en el cuaderno: “se aplica a la persona que, por vejez o achaques, está pesada o se maneja con dificultad”. Sorprendido. La segunda acepción me descolocó, me sentó: “prostituta”. Regresé al texto que originó la búsqueda y lo releí en clave de puta: “noche tenebrosa”, “descensos a los infiernos”, “amargura en los labios”, “estigmas del ángel caído”, “fiebre inextinguible”, “que siempre ardes y nunca te consumes”: ¡cellenca!
¿No es asombrosa la literatura y la semántica que la parió? ¿No es asombroso además que, a la derecha de la voz “celestina” aparezca la voz “cellenco”? Tú llámalo albur, pero yo lo voy a llamar hoy Tropo 15, o literatura.
PD: El texto transcrito pertenece a Nembrot, de José María Pérez Álvarez (Trifolium, 2016)