Maupassant nació con una cabeza de esfericidad perfecta. Vila-Matas se refiere a ella en su artículo Los sombreros de Maupassant[1], en Café Perec: “el obstetra que le ayudó a venir al mundo le había modelado la cabeza dejándosela de una perfecta redondez y distinta respecto de formatos habituales”.
La cita la recupera, por lo visto, de una de las 101 notas de a pie de página del libro Maupassant y “el otro” (1934), de Alberto Savinio, que fue traducido por Gabriela Sánchez-Ferlosio allá por 1983 y que ahora, como nos informa Vila-Matas, ha sido reeditado por Acantilado. Compruebo que es verdad: Maupassant y “el otro”. Dan ganas de leérselo pronto, pero lo guardo aquí, en mi Biblioteca Perec. Para cuando cuando.
Leer este artículo me ha recordado un relato de Maupassant, que he releído esta tarde, el titulado Casa Tellier[2], donde la puta Fernande, la buena moza, y Raphaële, la puta de puerto de mar son protagonistas. Bueno, también Rosa la Rucia, una bolita de carne, toda tripa y las chicas de taberna Louise la Pichona y Flora, la Candina, que cojeaba un poco. Un relato divertidísimo que muestra la hipocresía de las ciudades frente la moral más natural de la gente de campo. Divertido, sí. Y recomendable.
La tarde ha transcurrido apacible entre Maupassant y Vila-Matas. Golosa.
[1] Publicado en “El País” el 25 de junio de 2018
[2] Contenido en El Horla y otros cuentos, Cátedra, 2002