Me he propuesto, antes de que acabe la Navidad, descubrir por qué releo todos los días las dos páginas que ocupa el relato “Doña Tere cuenta la historia de su padre” (adjunto al final de la entrada) de Rafael Sánchez Ferlosio. Me tiene ensimismado. Y solo son tres párrafos, apenas cuatrocientas palabras, pero vaya tres párrafos, vaya cuatrocientas dieciocho palabras. Han conseguido crear en mi imaginación la figura nítida de una viuda y la de su difunto marido, delgado, enjuto; la de un zagal llamado Alfanhuí y la figura de un padre, el de la viuda, que se recorrió medio mundo arando. Sí, arando. Ahora que lo releo, pienso que el verdadero protagonista es el libro, un libro con el que Alfanhuí «se entretenía mucho viendo las figuras».
He conseguido encontrar la portada del libro que Ferlosio nombra en el relato. Era fácil. ¡En 0,54 segundos! 318 000 resultados. Es el Petit Larousse Illustré. Es este, el de la portada de color naranja que muestra a «una muchacha soplando un molinillo […] que se deshacía en pequeños vilanos[1] que volaban.
En el primer párrafo el sustantivo más repetido es «libro». Tres veces en nueve líneas. Es, de hecho, junto a doña Tere, el protagonista del párrafo. Pero es curioso, doña Tere no recurre al libro para contarle la historia de su padre a Alfanhuí, sino que es ella, de forma oral, quien se la cuenta en el segundo párrafo prescindiendo del libro. Empiezan a barruntar los primeros porqués. ¿Por qué Ferlosio?
Antes de continuar, subrayo dos detalles más. Primero, la asociación establecida entre el libro y la educación. Cuánto poder tenía un libro —y tiene (ahora lo aclaro)— para entretener a un chaval como Alfanhuí. Sí, y aclaro ese presente, ese «tiene». Un libro tiene el poder de entretener siempre y cuando expongamos a los niños a los libros. Todo es cuestión de exposición. El concepto contiene una equis. Utilízala. ¿Por qué les gusta el fútbol? Porque se exponen a él. ¿Cómo aprendes inglés, por ejemplo? ¡Exponiéndote a él! Si nos convenciésemos de estos detalles, si hubiese más niños acompañando a sus padres a las bibliotecas y a las librerías, calla, amigo, calla, ¡que te calles! Pero no. El número de padres que acompañan a sus hijos a las librerías y a las bibliotecas es ridículo. «Haces el ridículo acompañando a tu hijo a la biblioteca, y lo sabes».
El segundo detalle del primer párrafo que capta mi atención es la descripción de un libro. Son tan importantes las portadas de los libros, incluso para nosotros, los adultos.
El otro día compré este libro de Walser: El pequeño zoológico[2]. Días después quise consultar el índice y no lo encontraba encima de mi mesa. Había ido a parar al cuarto de mi hija de catorce años. Se lo llevó a su cuarto sin decirme nada. Me lo comentó después: «Papá, es que me encanta la portada, y lo empecé a leer. Me llamó mucho la atención». Sí, resulta atractiva, es muy figurativa y tiene una paradoja curiosa: aparece la cabeza de un elefante, que es grande, enorme, ahí con su trompa, y arriba, sobre la cabeza y la trompa, el sustantivo «pequeño». Vaya oposición. Este tipo de detalles pasan desapercibidos, pero el cerebro los capta porque suele trabajar muy bien en segundo plano y, si lo chantajeas, te lo suelta.
El segundo párrafo, regresamos a él, es el motivo por el que estoy escribiendo estas letras. El segundo párrafo es la causa de que relea estas dos páginas todos los días de Navidad. Hasta había pensado, cuando regrese al instituto en enero, leérselo a mis alumnos de secundaria. Quizás establezca un debate, o quizás les pida que me describan al buey, a Alfanhuí, al paisaje del mar, y a la pobre doña Tere y a su padre. ¿Tenía barriga? ¿Bigote? ¿Cómo creen que murió? ¿De tanto dormir? ¿No es el dormir eterno como la muerte? ¿Quién heredó todo? ¿Dónde quieres llegar, Ferlosio?
Es un párrafo poderoso. Es el meollo del relato, aunque haya estado precedido por una descripción de un libro que, en potencia, contiene historias e ilustraciones llenas de color. Tan mágico es el segundo párrafo que, si escuchas, si prestas la suficiente atención, escuchas hasta el romper de las olas sobre la orilla de la playa y el pecho del anciano padre de doña Tere, que llegó sudando. Seguro, de tanto dormir arando.
Ahora me pregunto, otra vez, ¿es una metáfora lo que le sucede? ¿Un símbolo? Tropo o no, ¿por qué esa oposición entre la tierra y el mar? ¿O por qué esa superposición entre el sueño y la muerte? Y… ¿qué me dicen de la «memoria» del último párrafo?
Sigo pensando. Incluso si Ferlosio, con la escritura de este relato contenido en Industrias y andanzas de Alfanhuí, no pretendiese nada. Seguro que no quería comprometer mi inteligencia literaria. Pero yo dejo estas cuestiones planteadas. Ojalá ahora, en este momento, apareciese por la puerta un profesor de Literatura con chaqueta de pana capaz de solventar mis dudas y desvelar la razón de todos los tropos del relato, las bisagras ocultas que hacen de este relato de Ferlosio, un magnífico relato. Para mí.
Ni para el tercer párrafo he conseguido encontrar la solución. Y puede que ni exista. Plantear un relato literario como un problema de álgebra es codicia, y pecado.
En este último párrafo doña Tere nos regresa a su marido y expone las razones de por qué acabó viviendo en Madrid con su marido, arrendando aquella casa. Pero lo único que brilla ahí, casi al final, es la memoria, la memoria que tan «dulcemente» se le mostraba a Alfanhuí, «como si fuera un cuarto más de la casa». Me resultó espectacular la primera vez que lo leí. Magnífico. Soberbio símil.
Y aquí sigo, con el relato triturado, con cientos de anotaciones sobre el cuaderno, con elucubraciones sobre el poder de los tropos reunidos en las páginas 25 y 26 de Páginas escogidas[3], que es, cómo no, una obra que recomiendo, aunque no sé si la acabarás; es un lujo, pero un lujo intelectual.
[1] Vilano: Bot. Limbo del cáliz de ciertas plantas transformado en pelos, cerdas, escamas o corona membranosa, que sirve para la diseminación de las semillas por el aire. Rafael Sánchez Ferlosio utiliza el término en su obra Industrias y andanzas de Alfanhuí para describir la portada del Petit Larousse Illustré.
[2] WALSER, Robert: El pequeño zoológico, Siruela, 2017.
[3] Ignacio Echevarría ha reunido en Páginas escogidas [editado con una errata en la primera línea de la primera página, que es la 11 (2107 por 2017)] una selección de textos de Rafael Sánchez Ferlosio con la suficiente enjundia para que, desde ellos, puedas desplegar tu mapa Ferlosio y elegir por dónde vas a empezar. Eso sí, solo si todavía no has leído nada de este genio de noventa y tantos años.