Los libros repentinos, de Pablo Gutiérrez

IMG_20150627_194124GUTIÉRREZ, Pablo. Los libros repentinos. Seix Barral, 2015

Quien me descubrió, hace algunos años ya, a Pablo Gutiérrez fue un ateo que me recomendó Nada es crucial. Recuerdo que esa novela me gustó. Tengo amigos ateos que leen libros donde a la religión, y mejor si es a la católica, le cortan la cabeza como a un santo yazidí. Pero Jesús, como escribe Gutiérrez en Los libros repentinos, es el amigo que nunca falla y no el portador de la espada ni el alfanje. Desde esa posición, que es un motivo, hay que demostrar que se tiene capacidad para diferenciar el opinar y el ser. Además, aprovecho ahora la sugerencia que me hacía William H. Gass hace unos días: «There are dangers in reading, one of which is reading too much of the same thing. This habit warps the mind and spoils the taste for other things. Critics who make their living by reading and reviewing books guard against this danger by reading all types of literature from Shakespeare to dime novels. Through great variety, they keep their minds refreshed and open». ¿Qué me dicen? ¿Están de acuerdo? Por este motivo leo novelas americanas, españolas y de Pablo Gutiérrez.

Escribía también Mann hace un rato en Los orígenes del Doktor Faustus (Dioptrías, 2015) que la vida es tormento, y solo en tanto que sufrimos, vivimos. Así que empiezo con la protagonista que sufre en la novela de Gutiérrez, una mujer que se llama Reme y que casaron con quince años recién estrenados, con los consentimientos en enaguas y los flujos vaginales casi transparentes.

Reme es una lectora sexagenaria o septuagenaria que parece que viene de enterrar a su marido, imaginamos. Reme ha sufrido porque Reme es una vieja indecente que viste con harapos y deja que el pelo le crezca sobre los hombros como la mala hierba. Reme es atea, y ahora, que es viuda, es más atea, como si grados tuviera la no-fe. A Reme le llega una caja con cincuenta libros de la editorial Austral que van a demostrarle que lo suyo en la vida ha sido una catástrofe porque la mitad de su vida le fue usurpada. El narrador nos describe al principio cuál ha sido la vida de Reme y qué nos espera sentados en la grada de la novela. La vida de Reme en la Explanada, el bautizo del primer bebé que nació en el barrio, qué hace un obispo hablando de procreación y por qué la contabilidad registró, en impecables asiento contables, las porciones de niños sin bautizar con sus padres en mancebía. Mujeres sinceras que amaban a sus maridos como Reme y Anita, ¡ah, Anita! a la que un policía le recuerda que la policía no persigue maridos fugados. Reme y su incauto, que es como el narrador llama al padre de sus hijos. Todo al principio, en la primera parte, en el primer capítulo de la primera parte.

Pero han aparecido cincuenta libros de Austral que son libros que un estudiante de C.O.U. estudiaba hace veinte años. Y aquello era bagaje. No, esos libros no se leían, se estudiaban y así hará Reme con ellos, estudiárselos para comprobar qué grado de verdad trae la literatura a la vida y cómo podría salvarla.

En Los libros repentinos el autor comienza a dibujar a la que será la protagonista como una mujer bruta de formación, y sensible de talle, una mujer rota y que, sentada en una escalera, espera a que comience su historia, su Historia de una escalera. Viene San Manuel y empieza la primera lección: «Lee, hija mía, lee aunque sea novelas. No son mejores las historias que llaman verdaderas. Vale más que leas que no te alimentes de chismes y comadrerías». Y pudo tomar nota el narrador: el resentimiento cristiano no existe. Existe una interpretación del que es ateo de lo que no conoce porque o bien no ha leído o bien se ha alimentado toda su vida de chismes y comadrerías, de soberbias de la razón y éticas de perros. Cristianos mediocres los que corteja la novela, cristianos con menos caridad que un soldado defendiéndose con una bayoneta.

Continúa la novela, te agarras al siguiente polisíndeton porque de lo que se va a tratar es de dar fuerza y energía a la expresión de los conceptos. Y Reme los tiene que entender. ¡Anda que el lector!

La abnegación de una madre tiene como modelo a Reme, que perdía a sus hijos con la heroína de los ochenta. Baroja sigue aconsejándole que si quería enterarse un poco de la vida no tenía más camino que leer novelas. Anita sigue estando en la novela, que es más joven que Reme y que hace contrapunto; abandonada por su marido, se queda embarazada y el barrio le recuerda aquello de que los críos no tendrán apellido pero sí nombre. Aparece Roberto en el ambiente, en un ambiente en el que el mismísimo Montero Glez sabría extraer sustancia. Recuerden, estamos en el barrio de la Explanada.

Reme, Anita y Roberto, un chaval dulzarrón que avanza entre lo sórdido y lo tópico junto a Anita, de prestado, viviendo de la plusvalía y de lo que daba la calle hasta que en un centro de menores entra con los pulgares colgando. Y los tambores de Semana Santa retumban a costalero de carrera oficial y para devoto, Roberto.

Y es la esquizofrenia que ha caracterizado a muchos cristianos de la España más rancia y menos carismática la que va a mostrar Pablo Gutiérrez desde ahora en Los libros repentinos hasta el punto de denunciar la esquizofrenia colectiva del cristiano que no es cristiano sino individuo que se rige por principios que no son los evangélicos sino los del postureo social, cofrade y falto de caridad. El infierno está lleno de hermanos cofrades que no se hablan con hermanos de sangre. Ya lo verán.

Marx adviene también. La perspectiva marxista de la sociedad, esa otrora utopía de Owen y Saint Simon, ese opio encarnado en cereros, bordadores, orfebres, tallistas, doradores; buenos oficios, mejores costumbres, identidad y orden para el lumpen. Retrato de la vida cofrade y del impacto que provoca en los barrios donde arraigaban. Ut sic. De esto hace literatura Pablo Gutiérrez y la literatura es mentira, o es una representación donde los pobres siguen siendo pobres sin que nadie pueda redimirlos. A los pobres les gusta el olor a pobre, quizá.

Oda a que el pobre también pudiera tener derecho a comprar en El Corte Inglés, ese lugar repleto de objetos que no poseerás. La denuncia es cansina, la denuncia de las condiciones en las que vive doña Remedios harta. Pero recupera en esa posición de la novela otra vez los libros repentinos que son los libros que se arrojaron en sus manos como un ritual de sanación para curar una herida que no sangraba por la soledad sobrevenida sino por la toma de conciencia de una verdad solemne: que su vida se extinguía, que todo había sido un error desde el principio, que nada es crucial salvo el paso del tiempo. Atisbas a Remedios leyendo, tapando su angustia mientras tendía la ropa en las ventanas y balcones exteriores.

Propaganda, necesidad del reciclaje, la solución a tanta barbarie capitalista está en la formación. O eso creemos aquí. Gutiérrez cree más bien en el repentinismo. Lean el libro. Resentimiento es que aparezca Marx entre tanta casa barata apaciguando a las chicas lumpen. Y así hasta la represión que supuso la no lectura, la no apertura al mundo real que estaba en los libros que no leyó Reme.

En la tercera parte arremete con literatura contra El Devoto. Un personaje que resulta ser maricón porque estaba escrito, parece ser ley general, corolario, conditio sine qua non: si eres capaz de aprenderte el calendario litúrgico, las fiestas y las vísperas, las rutinas eclesiales, decenas de palabras insospechadas como alba, estola, casulla, el corporal, la patena y el cáliz, se dice presbiterio en vez de presbiterios; aprendió a vestir y desvestir al cura cuando la sacristana no estaba; aprendió que los curas no saben vestirse solos igual que no saben cocinar su comida ni lavar su ropa, el sagrado ministerio exige que hayas personas subordinadas par esos asuntos… y así ad infinitum te quedas maricón. También se demuestra que uno de los objetivos de la novela de Pablo Gutiérrez es ridiculizar la actitud del feligrés y del cofrade, ir de iconoclasta y líder de los ateos y demostrar que si eres un personaje untado de esa religión mal practicada, acabas, repito, maricón. Después está la fe. O la Fe, según con qué ojo sepas guiñar.

Más embarazos, más mentirosos y así hasta el final, donde en una ciudad que parece y es mugrienta, llorando nostalgias, los niños crecían y las niñas para el lupanar. Parece que todos menos el concejal. Aparece la figura del concejal como pieza que cierra el triángulo, o el círculo o el cartel de la representación. Concejales que viven para la apariencia, mujeres que sostienen a concejales y que son feroces sin haber leído un solo libro. La Feroz es otro personaje de la novela. Muy divertido. Mujer del concejal, concejal que va detrás de la presa, escarnio y bocas aristocráticas que solo sabían engañar al pueblo. Zorros viejos, ciudadanos perplejos. Podíamos pues. Den las luces.

—Pero todo esto que usted cuenta, ¿es verdad o es locura de usted? Porque a mí me han dicho que usted ha escrito novelas, y que por escribirlas comiendo mal ha perdido la chaveta.

—Yo le juro a la señora que lo que le he dicho es el Santísimo Evangelio.

No me quiero fijar en la historia. La historia, os vais a reir, es lo menos importante de Los libros repentinos. La historia no me importa. Los cristianos mediocres que ahí aparecen tampoco. Ni las formas de hacer política ni la pobreza de los barrios de siempre. A mí me importa la escritura de Pablo Gutiérrez que me recuerda a aquel boom de los «narraluces» (Francisco Ayala, Caballero Bonald, Manuel Andújar) donde los rasgos estilísticos son de una pureza brillante y hasta barroca y que se complacía en la hermosura de las palabras que atienden a su sonoridad dignificando, de una vez por todas, la prosa narrativa. A Pablo Gutiérrez parecen ir dirigidas las palabras de José Domingo del número 310 de la revista Insula de 1972: Esta calidad de la prosa es una de las características a subrayar en los actuales novelistas andaluces, por encima de esos pretendidos rasgos generacionales de los que habría mucho que hablar, existe una positiva realidad: su labor dignificadora de la prosa, del arte del buen decir. Y sí, lo de este autor, es de floración novelesca. Puedes enfocar tu crítica a los temas que trata (desigualdad social, comportamientos individuales de quien se hace llamar cristiano, folclore cofrade, consumismo, capitalismo voraz, poder municipal putrefacto) pero de lo que hay que disfrutar es de la capacidad de mostrar lo bella que es nuestra lengua cuando se usa con raza para hacer literatura, para surfear entre las olas del lenguaje.

Perogrullesca verdad sería el decir que a Pablo Gutiérrez —lo digo yo— se adherirán más lectores cuando suelte el lastre temático de esa «literatura del subdesarrollo» y del social-realismo; cuando limpie esa pátina «proletaria» con que embadurna sus novelas, cuando arranque ese cansinismo que produce ir de antiburgués. Y también soy rotundo: imposible encasillar a Pablo Gutiérrez en aquella «generación de la berza».

Y acabo. Me va a cerrar la reseña un fragmento de la página 294 del último libro que he leído, El cuaderno perdido, de Evan Dara:

«hace poco sumé dos y dos… durante un pequeño y lamentable episodio —con cuyos detalles no te aburriré— donde destaca un personaje llamado Stephen… pero cuando acabé por comprenderlo, fue de un modo decisivo, definitivo… comprendí que había que acabar con mis estrategias fracasadas y compensaciones desesperadas… que tenía que dejarlas atrás de una vez por todas… pues mis tendencias habían adquirido, advertí, la capacidad de perpetuarse a sí mismas, una fuerza de carácter narrativo, cuya autodeterminación irresistible, imparable, conducía cada vez más a la decepción… y por eso advertí que debía romper con mi narrativa, destrozar por completo esta serie de códigos que siempre traicionan su contenido…».

Lean Los libros repentinos.

Adenda:

  1. El blog de Pablo Gutiérrez es El adjetivo mata. Blog que recomiendo leer.

 

 

 

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5 comentarios en “Los libros repentinos, de Pablo Gutiérrez

  1. Muy buena reseña, para variar. Apuntado queda, como tantas otras que me han servido para conocer grandes obras….intrigado ando con la posible reseña sobre «El cuaderno perdido». Soy un empedernido lector de literatura norteamericana (post?)moderna: Pynchon, Barth, Coover, Delillo…..hasta que Gaddis me rompió la mente y ya nada fue igual.
    Un seguidor granaíno

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  2. Gracias, Desteváster (con tilde, ¿no?). Si todo va bien, sí, la próxima reseña extensa será la de Dara. Quizás haya una cortita del libro de Mann. Ya veremos. Las tardes son ahora más largas.
    Encantado, Destevaster.

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  3. Los que les cortan el cuello a las religiones cristianas, nunca les cortan el cuello a los que cortan el cuello en nombre de Alá…¿Por qué será?

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  4. En este caso, tunecino francés, es a la religión católica porque en el libro se describe parte del folclore semanasantero que ha modelado parte de la «esencia» social de los personajes que desfilan en la novela. Además, los comportamientos que «critica» el autor son más propios de cristianos «defectuosos» que de cristianos que viven el evangelio como debe vivirse el evangelio. Hay demasiados clichés establecidos. La caricatura hacia la religión católica es fácil porque se ve lo sucio siempre antes que lo limpio, la mancha en un mantel que el diseño del propio mantel. Hay tantas «frases hechas» sobre la religión católica que es inevitable que un escritor las use para alimentar su novela. Pero recuerda que como ficción que es, ficción se queda.
    Gracias por la visita.

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