Hoy escribo la entrada prometida tarde porque me entretuve con Bollinger. Estoy frente a mis libros, parte de mi biblioteca. Ver fotografía. Estoy de pie. Miro al azar. Los libros hablan, incluso así dispuestos. Miro, por ejemplo, el de Eduardo Laporte, Luz de noviembre, y que recomiendo. Otro de Jarry, otro que no he leído pero que llevo detrás de él meses: Relatos inéditos de Hemingway. Diarios de Kafka, de obligada relectura. Thomas Mann, Curzio Malaparte, Coover, Julián Ríos, Hamsun y Hamsun. Gombrowicz, Malouf y Leyner. Jack Green y su insobornable Despidan a esos desgraciados, James, Henry. ¿Qué será de estos libros dentro de cien años? ¿A quién le aprovecharán? ¿Los comprarán algunos de vuestros nietos en librerías de viejo? ¿De Vigo? ¿Por qué para que un libro sobreviva en el tiempo tiene que desprender lástima, temor y «catarsis»? ¿Por qué los buenos no narran lo que por desgracia abunda hoy: «pretty boring lives» televisivas? Sucede, eso es lo que sucede. Muchos escritores narran y escriben con las campanadas de las últimas series y sucede lo que se escribe: diálogos, vidas dulces sin conflictos existenciales, sexo o mucho sexo, ideología literaria y libros que surgen como el moho. Con pasar un trapito… Pero sí, los mejores ingredientes siguen siendo el suffering, struggle and overcoming. 22.21 h
