Es una historia perfecta. Es la perfección encarnada, una historia redonda. Hablo de Karoo, de Steve Tesich. En Seix Barral. Traduce Javier Calvo. 2013.
La novela está compuesta por cinco partes que se subdividen en capítulos que van desmigándose en algunos epígrafes. Así da gusto leer. Es la estructura perfecta para guiar al lector durante las quinientas cincuenta y seis páginas del libro: #556#.
La novela es un tomahawk. La novela tiene tensión narrativa. De puntos suspensivos… Cuando resta una página para leer su final retrocedes cinco. No quieres que acabe. Suele suceder con las novelas muy buenas. Retrocedes otra vez diez páginas. Relees. Pasar la página 555 puede suponer un trauma porque dudas si rematarla ya o no. El fin es prolongar el placer. Karoo me ha proporcionado mucho placer literario. Apunten eso: ¡placer literario!
La trama la sostiene con excelencia Saul Karoo, un reescritor de guiones cinematográficos; su exmujer, con la que queda a tomar café y a cenar para hablar de su divorcio; su hijo Billy, adoptado, y la madre de éste, Leila. No, no olvido al señor Cronwell, que es ese verdadero hijo de puta que ha sabido parir la literatura y que Tesich, escritor, ha sabido encajar de manera genial en su novela. Y no cuento más.
La atmósfera de la novela permanece cargada a lo largo de todos sus capítulos. El lector puede registrar de esta manera todas las emociones de las que va a ser partícipe y que tendrá que soportar por culpa de Saul Karoo. El lector va a sentir a Doc Karoo y se dará cuenta de sí. Alegría, pena, compasión, rabia y envidia. Y no queda más opción que salir borracho de emoción; así permanecerás algún tiempo, te lo aseguro.
Termino no sin antes transcribir parte de un correo que me ha llegado esta tarde. Es ya, de un amigo. Tengo que pedirle permiso para revelar su nombre. Subrayen ustedes:
Me gusta la literatura que me deja respirar, que confía en mí como lector y consiente que me incorpore, y la parasite. Y llega un artefacto como Karoo, que está bien escrito y, seguramente, traducido, que te atrapa, seduce y dibuja con una precisión al alcance de muy pocos libros un tipo subyugante. Aquí viene eso que se dice de las obras maestras, que son aquellas que te leen a ti, porque uno se reconoce en Karoo: el hombre que no es malo, que es consciente de que es un desastre en las relaciones personales y del daño que hace a los que quiere, que lo ve con lucidez, pero no lo arregla, aunque cargue con el peso de la culpa. Todo eso está muy bien, pero ¿qué hace que sigan transcurriendo los días y uno no olvide ese libro, y siga creciendo? ¿Con qué gracia divina está construido? ¿Basta, simplemente, que esté hecho con oficio, que cuente una historia interesante?
Y yo creo que lo dejo aquí. No puedo seguir. Solo deseo que te entre todo por el orificio auditivo sin derramarse. Los esquimales tienen el Ártico. Yo tengo a Karoo.
Voy por el capítulo cinco y es devastador, hipnótico, un espejo roto donde te reflejas en algunos fragmentos geométricos…
Gracias por recomendar ésta verdadera pieza de colección.
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