Siete maneras de decir manzana, de Benjamín Prado

Quizás sea el momento de escribir sobre poesía. ¿Son quizá o quizás las ninfas las que necesitan ahogarse para que esto suceda? Aquí, en este blog, muy poca gente ha escrito sobre poesía: ni yo. Y he pensado que, después de leerme el ensayito de Benjamín Prado, era hora, momento más que nada, para escribir sobre poesía.

No voy a hablar sobre poesía porque no podría hablar de poesía, yo, que no soy poeta. He leído poesía, pero muy poca. Para tener capacidad para escribir sobre qué es poesía, ¡nada! La poesía es jugar con los silencios que todas las palabras esconden en el lado que no existe. La poesía es escribir sobre un cable  y seguirle la pista hasta que florece y hace chispa y conexión, se me antoja e invento. Eso es poesía. También es poesía jugar con los botoncitos del ON y del OFF a la vez, casi sin querer. Eso es poesía. La poesía se fabrica con tema, estilo, ritmo y metáfora, con exceso de metáforas. Si no nacen metáforas a los dos días te encuentras a media ciudad diciendo, sin que tú te enteres: «¡Vaya mierda de poeta!” Y lo dicen, que yo lo he escuchado.

El libro que escribe Benjamín Prado se titula Siete maneras de decir manzana (Visor, 2008) y rescata poesías de autores que han sido templos para la poesía: Neruda, Valéry, de la Cruz, Auden, más Valéry, Bécquer, Miguel Hernández, Machado, García Lorca, Octavio Paz, Gerado Diego, Valente, Sylvia Plath, Anne Sexton -sin tilde-, Lorca, mucho más Lorca, Jorge Guillén, Seferis, Gil de Biedma, Rilke y más Rainer Maria -sin tilde-, Celan y repóker de Bécquer que cierra el libro con cita de Lowell.

Además de contener algunos poemas de estos poetas, Benjamín Prado habla de Wallace Stevens, Cernuda, Eliot, Ezra Pound y Juan Ramón Jiménez.

Ensayo de una tarde y que es una sugerente propuesta para poetas y para todos los que alguna vez han leído poesía alguna vez en su vida, que no son tantos, no se crean.

Respeto a los poetas. Mucho. Suelen tener la inteligencia más afilada que los prosistas. Ambos son escritores. Yo no me voy a hacer poeta. No soy prosista. Escribo. Pero sí, decidí abandonar la profesión poética cuando le escribí una poesía al marica de Boabdil. Corría el año 1991 y vivía en Granada. Era un año poético, y capicúa.

Un poeta lo primero que necesita para certificar su oficio es haber nacido en Moguer -digo- y haber habitado una casa en Baeza durante un par de inviernos -certifico-. Y haber cuidado a ovejas y cabras sin haberse suicidado porque, ya lo saben, era común entre los poetas, más entre los llamados románticos, y apostillo, levitantes, que se quitasen la vida, así porque así.

Lo primero que nos dice Benjamín es que para ser poeta tienes que elegir el tema, la diana, el objetivo.

Siete maneras de decir manzana comienza con un capítulo que se titula “¿Qué no es poesía?” en el que se lee -pueden subrayar-: “Un gran poema no es el inventario de un tesoro, sino una forma de desenterrarlo”.

El segundo lo dedica a la elección del tema y escribe que el poeta “debe elegir y desarrollar un tema que no sea intrascendente o anecdótico si quiere escapar de la demagogia, la levedad, la retórica o el mero virtuosismo”. Hay en este capítulo una referencia al relato “El disco” de El libro de arena de Jorge Luis Borges y que sé a ciencia cierta que todos los lectores de este blog leyeron en su momento porque nadie en este mundo podía seguir viviendo sin conocer la fascinación provocada por el círculo euclidiano. Yo tampoco, no, no lo he leído. Voy a buscarlo.

¡Tema pues!, poeta, necesitas un tema substancial si poeta serio eres. Te lo recuerda otra vez Benjamín con una cita de Octavio Paz: “Leer, por ejemplo, la Odisea como un tratado histórico es como estudiar botánica en un paisaje de Corot o Monet”. ¿Está claro?

El tercer capítulo es un capítulo de estudio. El poeta tiene ahora mismo que reconocerme que escribir poesía no es deshojar margaritas ni desflorar rosas y menos, arrancarlas.

El cuarto capítulo viene con tambor y es el quinto el más sabroso porque se sumerge en el océano metafórico: aguas benditas e inteligentes que el ser humano creó de la nada. Empieza así -vuelvan a subrayar-: “Sin sorpresa no hay poesía”. El poeta es el que le inventa un nuevo sentido a las palabras hasta convertirlas en talismanes. Leo: “Una buena metáfora hay que crearla de la nada, es un imán que basa todo su magnetismo precisamente en el hecho de ser algo nuevo, insospechado”. Cernuda define así metáfora -es la definición precisa-: “Una metáfora no es un embellecedor ni un aderezo, sino una luz que ilumina una zona a oscuras, que se abre camino en un mundo inexplorado”.

Hay dos capítulos más: “Los dos silencios” y “El ojo y la diana”.

Y un epílogo.

Y pone fin con una cita de Robert Lowell que habla de reyes asesinos y copas etruscas. La poesía es eterna, pienso.

Escribir no es tan difícil, después de todo: basta con ponerse a ello.

Recomiendo el librito para quien se dedique a escribir: poesía, relatos, cuentos, novelas, teatro, sobre una pared, en un word abierto en Google Docs, encima de la cama, con el lápiz, debajo, desnudo.

Y fin.

 

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4 comentarios en “Siete maneras de decir manzana, de Benjamín Prado

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